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Esvin Alarcón Lam

Decolonizando los estables: de La Soberanía del Mango a Trópico

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24.04.2022 — 07.05.2022

Ambas partes del proyecto tenían por finalidad evidenciar las microhistorias del mango y del trópico; mostrarlos en su ambigüedad significante y como elementos identitarios colonizadores de los imaginarios venezolanos y, al mismo tiempo, desestabilizar su persistencia fundante para acceder a otras formas de entender las historias que nos configuran como nación, como paisaje y como identidad.

Miles de palabras, de objetos y de definiciones pueblan nuestro lenguaje e imaginario, muchas de ellas llegadas de otras lenguas y territorios, pero que se han hecho nuestras de manera inevitable. ¿Cómo rastrearlas?, ¿cómo ubicar su entrada y establecimiento como elementos de identidad específicos de una territorialidad dentro de las historias que nos configuran? ¿En qué parte de la sociedad podría incidir la reflexión sobre el conocimiento de estos significantes que se han convertido en estables?

Abrir la historia desde lo mínimo, desde lo casi inadvertido, con la intención de hurgar en algunos de los significantes establecidos en la metamemoria venezolana, es la intención que orientó el reciente proyecto formativo del artista Esvin Alarcón Lam (Guatemala, 1988-). Esta Aula de LA ESCUELA___ se desarrolló en dos partes: La Soberanía del Mango, en Caracas, y Trópico, en Mérida, durante abril y mayo de 2022, respectivamente.

El artista seleccionó dos elementos mínimos de los patrones identitarios venezolanos tradicionales y actuales. Uno de ellos fue el mango, una fruta propia, aparentemente, de las zonas cálidas del país. El otro fue la palabra ‘trópico’, una definición determinante para los países que, como Venezuela, se encuentran geográficamente situados en la zona intertropical del hemisferio norte, entre los trópicos de Cáncer y Capricornio.

Ambas partes del proyecto tenían por finalidad evidenciar las microhistorias del mango y del trópico; mostrarlos en su ambigüedad significante y como elementos identitarios colonizadores de los imaginarios venezolanos y, al mismo tiempo, desestabilizar su persistencia fundante para acceder a otras formas de entender las historias que nos configuran como nación, como paisaje y como identidad. Concebidas como acciones colectivas que incidieran pedagógica y didácticamente en los participantes, se llevaron a cabo con profesores y estudiantes de universidades públicas venezolanas.

La Soberanía del Mango

Mangos, mangos y más mangos pueblan determinadas regiones de Venezuela entre los meses de abril a agosto de cada año. Ellos forman parte de una identidad estable en la metamemoria nacional como parte de nuestra cultura alimenticia; son árboles que crecen de manera espontánea y sin un orden aparente.

Las narrativas culturales venezolanas sobre el mango son múltiples: desde la pregunta sobre si Simón Bolívar comió mangos, hasta estados como Cojedes, que posee dos monumentos al mango, un escudo donde aparece la fruta y una condecoración del mango para ciudadanos de honor, debido al aprecio que tienen por los beneficios que el cultivo de la fruta ha traído al estado. Asimismo, está la dimensión económica de su exportación o la visión política-alimenticia que esta fruta tiene en la vida de los ciudadanos de a pie. Sin embargo, el mango no es una fruta autóctona venezolana.

Las primeras semillas de mango arribaron al territorio en 1798, traídas por Fermín de Sancinenea en un barco de la Compañía Guipuzcoana; fue él el primero en sembrarlas, en Angostura —hoy Ciudad Bolívar—, en el sureste del país. De allí en adelante, la especie encontró en Venezuela un terreno propicio para su crecimiento y expansión, prefiriendo las zonas de clima cálido. La intensificación de su presencia colonizó progresiva y silenciosamente el territorio, al punto que hoy nos es inconcebible pensar una Venezuela sin mangos.

En total autonomía, este frutal ha establecido su soberanía, a pesar de haber sido un elemento más de la colonización. Esvin Alarcón Lam se apropia de esta narrativa a través de una imagen encontrada en las redes: la fotografía de un monumento al mango. El artista comienza el proceso de apropiación con esta incógnita, y con ella, su operación como historiador, geógrafo y pedagogo. ¿Qué podía llevar a la realización de un monumento de este cuño? ¿Cuál era la significación del mango para merecer tal práctica conmemorativa, y más aún, su hiperbolizada presencia: un mango solitario?

De allí que La Soberanía del Mango emprenda una reflexión sobre las colonizaciones silentes: la de los alimentos. Estos que se adecuan a los territorios, tejiendo historias, necesidades e identidades estables. El tiempo ha marcado su ‘siempre estar aquí’, sin pensar en las narrativas que le anteceden, y que operaron en los dispositivos realizados por el artista conjuntamente con estudiantes y profesores de la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Simón Bolívar.

Alarcón Lam, en su acción de historiador, tomó de los archivos de la memoria las lanzas que portaban estandartes, conocidas hoy por todos como las astas de las banderas que identifican a las naciones. Estos objetos conmemorativos fueron inicialmente armas de guerra, desde la Antigua Grecia hasta el surgimiento y establecimiento de Occidente. Luego, con las colonizaciones, se produjo su ampliación como elementos de ordenamiento global y, con ello, llegaron sus objetos de avance y de dominación a nuestros territorios.

Las astas de las banderas actuales mantienen la punta de lanza metálica, conocida como moharra, generalmente adornada y de bordes agudos, pues eran indispensables para el ataque cuerpo a cuerpo. De modo que este dispositivo es un arma de guerra ahora transformada en objeto ornamental, pero que no ha perdido su significación primera de la agresión cercana hacia el otro.

La Soberanía del Mango, conjunta estos elementos de colonización —la silente y la armada— para instituir con esta acción colectiva la decolonización de ambos. El mango es ahora concebido como ofrenda de la tierra, que se adapta a lo nuevo y crece, creando con ello una soberanía individual, un poder originario, no delegado y sin límites. Esta soberanía, unida a las moharras de las astas, configuró dispositivos para recolectar mangos de los árboles que crecen espontáneamente en la ciudad de Caracas.

Esvin Alarcón Lam: La Soberanía del Mango (2022). Registro: En La Mesa.

Con estos elementos, mangos y moharras, y sus significantes replanteados, Alarcón Lam propuso una nueva visión de las banderas, que ahora no pertenecerían a una nación o identidad definitoria, sino a la alegría de una mesa que mostraba sus hibridaciones como consecuencia de los procesos de colonización. Las banderas fueron realizadas con plásticos de motivos frutales, que funcionan generalmente como manteles en muchas de las mesas venezolanas actuales y las moharras recolectoras diseñadas y realizadas por los estudiantes que participaron en esta parte del proyecto.

Una conquista espontánea del otro, de la otra cara de nuestra historia, en medio de un acto —como escribe el mismo artista— “de ternura, rebeldía, que, instalado, constituye un monumento suave y efímero, que concentra el trabajo colectivo como una fuerza movilizadora en sí misma que, además, celebra la irreverencia de los palos de mango que crecen a lo largo y ancho de la ciudad". Acción llevada al espacio público, en el Parque del Este de la ciudad de Caracas, donde estudiantes, profesores y visitantes fueron partícipes de esta híbrida ofrenda.

Trópico

La inserción de Alarcón Lam en el entorno venezolano, en el de la ciudad de Mérida, y particularmente en el contexto universitario de la misma, marcó una diferencia con respecto a La Soberanía del Mango. Estudiantes del Departamento de Historia del Arte de la Facultad de Humanidades y Educación y de la Facultad de Arte de la Universidad de Los Andes participaron en la propuesta del artista, quien había concebido un rótulo-marca portable, que crearía una ambigüedad significante. Esta idea, condujo la segunda parte del proyecto. Alarcón Lam se apropió de los rótulos que detentan las ciudades para remarcar sus nombres y su especial titularidad, pero en este caso, el rótulo no identificaba a la territorialidad de Mérida, que posee páramos y zonas desérticas, al mismo tiempo, sino al trópico. ¿Pero cuál trópico?

Los argumentos establecidos sobre lo que es el trópico se han consolidado, no de manera geográfica, climatológica o astronómica, sino principalmente desde lo visual y lo sensorial. La imagen que acude al escuchar el vocablo ‘trópico’ está consolidada en nuestro imaginario y mnemónica desde la perspectiva de un paraíso edénico, de hermosas costas y palmeras, de colores rechinantes y músicas alegres, de lugares exóticos y de disfrute recreativo o turístico, siempre ubicado en tierras cálidas y placenteras. Como resultado de esta categorización única, el impedimento de la observación y del conocimiento de los diversos biomas y climas que existen en las zonas tropicales, aunado al aplanamiento geográfico y la unificación de toda la diversidad del territorio.

Esvin Alarcón Lam: Trópico (2022). Registro: Black Wall Photography.

Alarcón Lam se apropia de esa definición de trópico, solidificada, no solo históricamente, sino también por los mass media, y las marcas ciudad, tan en boga en estos tiempos. El objetivo de esta apropiación era el de desestabilizar al trópico sabido y conocido, con la intención de conducirlo a una significación otra, distinta a la conferida por las imágenes que lo han popularizado. El vocablo significante actúa, en la concepción del artista, desde su uso como adjetivo en medio de un proceso retórico que altera su contenido, al tiempo, que subvierte el paisaje y el entorno donde el rótulo-marca sería ubicado: en los páramos merideños, lejanos a todo sentido de lo tropical, pues ellos son ecosistemas montañosos intertropicales, de climas fríos, de gran riqueza biológica y con una vegetación en la que destacan los frailejones.

El acercamiento a la geografía del estado Mérida, su diversidad climática y del bioma del páramo andino, evidenció el aplanamiento significante que opera el vocablo. De allí, no solo la necesaria búsqueda de la ambigüedad visual, intencionadamente creada por el artista, sino también la decolonización del término. El vocablo fue analizado por profesores y estudiantes, conjuntamente con Alarcón Lam, desde su etimología hasta su implantación como imagen única y en el cómo esto ha reverberado en los campos del arte y de la imagen, en tanto hecho sensorial de consumo que oculta a la diversidad bajo determinaciones históricas, geográficas, o mass mediáticas que han caracterizado al trópico o a la zona tórrida desde el inicio.

«Los antiguos llamaron a esta zona tórrida porque teniendo los habitadores de ella el Sol en su cenit y siéndoles sus rayos perpendiculares, juzgaron que sería en la mayor parte inhabitada por su excesivo calor, pero los modernos han encontrado en ella países frescos, templados y saludables en donde se goza casi de primavera y otoño perpetuos, porque siendo las noches de casi 12 horas y corriendo en el día vientos frescos que pasan sobre muchas leguas de mar, templan los rayos del Sol causando frecuentes lluvias y por esto en muchas partes de esta zona se hacen dos cosechas de fruto cada año y los árboles en todo tiempo tienen flor y fruto»1.

Pedro Lucuce

La unidad significante, sólida, de la definición del ‘trópico’ es desestructurada y releída en la acción colectiva llevada a cabo en los páramos andinos, a través de la ubicación del rótulo-marca portátil, trasladado desde la ciudad de Mérida al Parque Nacional Sierra Nevada, el cual mostraba su exultante colorido tropical en medio de un paisaje frío y de colores terrosos. Alarcón Lam marcó, con esta acción, la apertura de un tercer espacio geográfico. Ese que no se encuentra en la determinante del vocablo, sino en una narración reflexiva, capaz de generar otra geografía de carácter discursivo, con la intención de perturbar a los espacios de la percepción de lo dado y de fácil consumo.

Allí, el rótulo-marca activó el dispositivo que hace emerger los espacios de alteridad, de confrontación ante los establecidos, en medio de una nueva unión de contrarios, enunciados y asumidos, en los lugares donde el sol siempre está en su cenit. En este sentido, el Trópico de Alarcón Lam remitió a un concepto ampliado y desmantelador de la definición, en tanto espacio de significación contrastado, producido colectivamente en el cuestionamiento del significado dominante con el objetivo de decolonizarlo.

Esvin Alarcón Lam: Trópico (2022). Registro: Black Wall Photography.

Decolonizando los estables

El proyecto de Esvin Alarcón Lam juega con la metamemoria establecida en el imaginario de dos fragmentos de Venezuela. Abrió con ellos la reflexión a los determinantes dados que se encuentran en los discursos identitarios, sobre quiénes somos, sobre la comunidad de uso de los significantes patrimoniales inadvertidos. El tiempo y su historia los han ubicado en una esfera mnemónica que los hace parte indeleble de nuestra cotidiana contemporaneidad, sin observar las condiciones de su origen o de su participación en los procesos de colonización del territorio.

Tanto en La Soberanía del Mango como en Trópico, el artista tomó elementos significantes inadvertidos, trozos de microhistorias silentes pero presentes, y con ello desmanteló los significantes mayores de los procesos de viejas y nuevas colonizaciones que aplastan y desfiguran la alteridad que conforma el territorio.

Por un lado, el mango, una fruta que parece propia, pero que posee una historia de colonización alimenticia, que ahora identifica a una Venezuela que convive con él y que le ve expandirse en medio de una acción no delegada, soberana y autónoma, en su crecimiento espontáneo. El artista sumó las astas, que identificaban esa soberanía territorial, subvirtiendo la moharra, símbolo de combate, al convertirla en una cesta recolectora de la soberanía frutal. Una acción que cambió la lectura establecida y decolonizó la colonización desde elementos micro para convertirlos en ofrenda. Un gesto, no solo de relectura, sino de concienciación sobre los significantes que nos conforman.

Por otro lado, el uso del rótulo-marca Trópico alteró el paisaje del páramo andino con su no pertenencia al sistema de significación establecido para el vocablo. Una ambigüedad creada por el artista que nos conduce a visibilizar reflexivamente las palabras que conciben a estos territorios desde una geografía estable en la discursividad de países edénicos, proporcionados mayormente por los medios masivos. Con esta acción, se visibilizó una colonización de la diferencia y de la alteridad de los biomas presentes en los trópicos o zonas tórridas, así como de sus poblaciones e idiosincrasias.

Con el tránsito ejecutado desde La Soberanía del Mango a Trópico, Esvin Alarcón Lam propicia la decolonización de ambos estables, los disecciona con la participación de comunidades estudiantiles en una reflexión conjunta. El artista consolidó así un tercer espacio de percepción en el que las microhistorias emergen desde una forma de conciencia desmanteladora sobre los significantes que nos configuran inadvertidamente, sin comprender los poderes que representaron en la conformación del país.