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Handel Guayasamín

La buena educación es una transmisión de estímulos

17.05.2023

Handel Guayasamín

con Ese Colectivo

Desde Ecuador, Ese Colectivo conversa con el arquitecto y docente Handel Guayasamín (Guayaquil, Ecuador, 1951). Conocido por sus planteamientos arquitectónicos que invitan a pensar y explorar lenguajes no racionales, Guayasamín habla sobre sus experiencias políticas vinculadas a la academia, sobre el rol social de la arquitectura en la actualidad y la creación arquitectónica como un momento poético.

HANDEL GUAYASAMÍN con esecolectivo: La buena educación es una transmisión de conocimientos

ESE Colectivo: Handel, queríamos comenzar por una historia que escribiste, que es parte de tu libro Historias que parecen cuentos. Se trata de “La buena educación”, que describe tu periodo de bachillerato en los años 70, la cual denominaste como ”la experiencia más desagradable”, sobre todo porque había una inconsistencia con un lema que se enseñaba en esta institución: ‘Aquí se enseña y se dice solo la verdad’. ¿Qué es lo peligroso de un lema así para una institución educativa?

Handel Guayasamín: Empezamos esta jornada de manera intensa parece, evocando recuerdos complejos, porque sin duda el periodo de seis años de educación secundaria para mí fue un suplicio, en una institución que además lleva el nombre de uno de los conquistadores españoles, “Sebastián de Benalcázar”. Este personaje era un arriero de burros y también un genocida, cuyo apremio era dominar estos territorios y conquistar todo lo que encontraba a su paso, tras del oro y la fortuna que —digamos— iba a enriquecer a España. En este colegio, ese lema se trasladó hacia nosotros como un estigma, porque supuestamente teníamos que aprender solo la verdad, pero era una verdad desfigurada por una educación que lo que hacía era convertirte en un borrego del sistema, y mientras más cercano estabas a ese objetivo, obviamente tenías los aplausos y las notas altas. Si eras contestatario, si tenías una actitud que no concordaba con esas normas de educación, desde la imagen, etcétera, estabas castigado definitivamente. Entonces, claro, yo era una especie de pieza que no ajustaba y tuve demasiadas confrontaciones. Por eso esa historia habla de la gran mentira de una educación que no te entrega valores sino mecanismos de sobrevivencia frente a un sistema que reproduce el propio colegio.

Muy interesante, porque durante los años siguientes a tu graduación del colegio, en los años 80, te vinculaste a movimientos sociales y a iniciativas populares en el contexto latinoamericano con un activismo político muy fuerte. Entonces, dentro de esta idea de las instituciones que ven como necesario el castigo a las personas que son rebeldes o que no se ajustan, nos preguntamos si existe una correspondencia entre la educación y una posición política. ¿Cómo te acercaste al tema de la educación desde esa posición política tan fuerte que fuiste desarrollando a lo largo de tu activismo?

A ver, yo pienso que cada uno es responsable de sus actos y tiene unos orígenes que son infinitamente diversos. Yo venía de una familia más bien liberal, de una clase media baja pujante, pero de pensamiento progresista y socialista. Pero en eso, el poder está en los sistemas educativos secundarios, universitarios, con estas otras visiones un poco más amplias y más cercanas a nuestras realidades. Si tienes un mínimo de sensibilidad, tienes que optar, tienes que empezar a tomar decisiones. Supongo que quienes salen de colegios religiosos, salen con la fe, y nosotros veníamos de la educación laica fiscal, y nuestra fe era otra. Porque la relación con lo social era cada vez más intensa, desde el colegio, la participación era más en protestas y luego ya en la universidad, casi todo el tiempo. Yo no estudié arquitectura sino militancia política.

La Capilla del Hombre (2002). Autores: Diseño: Handel Guayasamin. Construcción: Diego Robalino. Fotografía: Fotografía Raúl Valdez. Archivo personal Handel Guayasamín.

La Facultad de Arquitectura, Diseño y Artes de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (FADA-PUCE) fue la segunda facultad de arquitectura de la ciudad, en la cual te involucraste desde el inicio. ¿Cuál era su apuesta? ¿Qué era lo que buscaba como alternativa a la Universidad Central?

Esta era una oferta desde lo privado, pero el modelo partió de una reflexión sobre nuestra experiencia como estudiantes, y ya profesionales, en la Central; muy pocos habíamos tenido experiencias afuera. Entonces, esa reflexión nos lleva a crear un modelo que yo llamaría muy flexible y dinámico. Fue una propuesta en la cual, además, se manejaría la educación más horizontalmente, porque a pesar de que la Central era una universidad estatal laica, ahí el profesor era el profesor, era un personaje inalcanzable, había unas claras diferenciaciones y distancias. Entonces acá se trataba de crear un ambiente mucho más cercano y ensamblar un staff de profesores que veníamos de diversas vertientes, y creo que esa flexibilidad y esa posibilidad de innovación fue el carácter de esta facultad en sus primeros años. Duró poco, más o menos hasta el 2000, cuando se produjo una ruptura muy fuerte. Digamos que la facultad ya no era solo exitosa en lo académico, sino que se volvió exitosa en lo económico, entonces los jesuitas asumieron el manejo y ahí se produce la inserción de la FADA en el esquema de la Universidad Católica en su conjunto, y una especie de acomodamiento a sus normas internas, donde también hay muchos problemas como el exceso de burocracia, una dificultad para que los proyectos académicos se desarrollen.

¿Y vieron algunos resultados particulares al principio en los estudiantes?

Yo estoy convencido, con los años que ya tengo, que la educación —la buena educación— es una transmisión de estímulos, porque la otra es parámetros, normas, información. Pero esos estímulos que se orientan, digamos, hacia lo racional, hacia el espíritu o hacia la memoria diversa que uno tiene —corporal, afectiva, etc.—, esos son los estímulos que hay que transmitir. Y la buena educación, en este caso, creo que ha provocado unas generaciones interesantes. Si vemos las primeras cohortes de la Católica, que empiezan a salir hacia el 2001, si se hace una especie de mapeo de estos jóvenes arquitectos que tuvieron la primera inyección de toda esta adrenalina y espíritu de experimentación del origen, tienes una generación muy valiosa. Luego se hace más esporádico, porque el modelo de aprender haciendo ha prevalecido en la Católica. No se trata solamente de la teorización, hay que ir a los problemas, enfrentarlos y ahí desarrollar los proyectos, y eso ha permanecido.

La Capilla del Hombre (2002). Autores: Diseño: Handel Guayasamin. Construcción: Diego Robalino. Photo: Raúl Valdez. Personal archive of Handel Guayasamín.

Recordando eso de que ‘aquí se dice y se enseña solamente la verdad’, es súper interesante que llega un momento en esta búsqueda de experimentación que se empiezan a buscar no una sino muchas verdades. Creo que la FADA-PUCE buscaba siempre abrir este campo a muchas ideas y a muchas verdades. Parece que ahí es donde está la semilla, en el conflicto, en el choque, es donde se empiezan a ver las cosas más interesantes.

Uno tiene que valorar la diversidad. A estas alturas, yo creo que nadie puede cerrar los ojos frente a eso, que es una necesidad vital, y quienes no lo ven, sea por razones religiosas, morales, éticas, o lo que sea, dejan de ver la globalidad y alimentan esa visión sectaria que hace daño y que no construye una cultura de paz, porque la cultura de paz está basada en el respeto al otro o a la otra que son diferentes. ¿Cómo puedes construir una sociedad mínimamente equilibrada si tú enseñas desde chiquiticos a competir, a ser exitosos? En esas lides, finalmente vas pisoteando al de al lado por ser exitoso, no respetándolo. Creo que ahí justamente está la gran diferencia y a estas alturas, después de tantos años de estar activos en este tema de la educación, particularmente de la arquitectural y el urbanismo, me parece que estas visiones son las que deben fortalecerse, alentar la diversificación del pensamiento. Obviamente hay unos límites que son inaceptables, por ejemplo, tú no puedes tener dentro de una planta docente a un facho, porque estás dando un espacio justamente a los derroteros más oscuros de la condición humana. Entonces por ahí van los límites.

La paradoja de la tolerancia. Solo es posible cuando no toleras lo que no se puede tolerar.

Esa palabra a mí me ofende, porque se educa en el paradigma de la tolerancia, pero si tú hurgas un poquito, te das cuenta que solamente se tolera desde el poder, o sea, él pone los límites y dice ‘hasta aquí’. Yo creo que hay que cambiar la tolerancia por el respeto, porque la sociedad tiene una cantidad de cosas vedadas y tú encuentras, por ejemplo, museos de la tolerancia: estás poniendo en un pedestal algo que viene de abajo mismo, de origen está mal planteado, no es por ahí.

Volviendo a estas ideas de la FADA, la horizontalidad se alinea también con este mantra de ‘aprender haciendo’. Tú tuviste muchas experiencias en diferentes materias en la Facultad, ¿consideras que todo se puede aprender haciendo?

Bueno, la vida se aprende haciendo. Entonces, cuando vuelcas este concepto, que es una metodología, hacia la arquitectura, sin duda creo que estás acercándote a algo que puedes ver en la evolución misma del ser humano, en las especies: lo ves cuando tienes un hijo, cómo ese niño día a día aprende haciendo, no hay otra manera, y si se equivoca, aprende. Porque no siempre uno aprende haciendo que todo sea perfecto, hay que equivocarse un montón de veces como parte del proceso de enseñanza y aprendizaje. Yo valoro mucho eso de aprender haciendo, porque creo que yo me equivocaba muchas veces, pero al final aquí estoy. Y no vengo de una formación unilineal, porque yo no quise ser arquitecto para empezar, primero quise ser músico, después quise ser médico y al final terminé siendo arquitecto. Pero al mismo tiempo, en la arquitectura, durante el tiempo que estuve estudiando, mi estudio fundamental no estaba ligado a los grandes referentes, que además todos eran importados. Acá la enseñanza es dependiente de principio a fin, nuestros referentes siguen siendo, hasta el día de hoy, los arquitectos modernos, o sea todos son los ismos: el organicismo, el funcionalismo, el postmodernismo, el constructivismo… y ninguno de esos ismos recupera la producción arquitectónica originaria de nuestros pueblos.

Yo diría que hay unos vacíos enormes todavía. La universidad en general, en el mundo y particularmente en América Latina, en un país como Ecuador, no te enseña a trabajar con la informalidad, que es el mayor porcentaje de la realidad; es decir, te enseñan a trabajar con el porcentaje de lo formal, de la empresa, el profesional o la familia que tiene la capacidad de pagar por alguien que le diseñe casas o edificios o pantries o lo que sea, a eso te enseñan, para eso estás perfecto; pero a trabajar en esos otros territorios donde está el 80 o más por ciento de la población, nadie te enseña. Entonces, ¿cómo pretendemos cambiar nuestras realidades si no estamos actuando en lo que es la realidad mayor de nuestros países? El aprender haciendo supondría que las facultades tengan —y hay facultades del mundo que sí lo tienen— talleres en donde de la idea pasas a la maqueta, de la maqueta al prototipo y vas y tienes que aprender a instalarlo, la suelta, etcétera; es decir, un acercamiento a ver si tu idea es o no es ejecutable. Nos falta mucho, son territorios en los cuales se han dado pasos, pero todavía hay mucho por hacer.

A propósito de lo que cuentas, hay una reflexión que hace Fabrizio Gala, que dice que uno de los problemas es que la formación de los arquitectos es retroactiva. Es decir, primero se imagina un perfil de lo que hay, de lo que se imagina idealmente que es un arquitecto, y luego se construye un aparataje pedagógico y teórico que sostenga este perfil. ¿Tal vez esta idealización del arquitecto es la primera falla?

Creo que es erróneo ese criterio, para empezar porque tú tienes que partir de unas preexistencias que están hace miles de años, y algunas, no todas, pero algunas son referentes, en el sentido de que son guías. Pero al mismo tiempo, si miras el entorno inmediato, vas a descubrir que hay una realidad que todos los días desmontas, se transforma y que incide en la arquitectura, en la producción del hecho arquitectónico, que es una construcción social colectiva, no es una idea del genio. Hay que meterle una buena patada en la canilla a todo ese pensamiento, porque es lo que nos ha generado unos egos inalcanzables en la arquitectura. Sin duda me parece que hay que reconocer también el valor de lo personal, pero inserto en realidades y contextos específicos, no es que surgen de la nada. Detrás de muchas de estas individualidades hay muchas otras que son absolutamente honorables, de una humildad y autenticidad brutal; son personas que hicieron su camino y han sido capaces de hacer lo que han hecho porque tienen una intensidad de vida propia. Este oficio tiene esa capacidad maravillosa de juntar las ideas con los afectos y las emociones, y eso se da con una conexión que viene desde un ADN antiguo que se transmite el momento que estás rayando, desde el corazón, el cerebro, la pluma, el lápiz al papel. La parte poética de la arquitectura no está tan obviamente dicha, pero sin duda el buen arquitecto o arquitecta tiene que ir en esa búsqueda, porque sin poesía no hay arquitectura, sin geometría no hay arquitectura; son muchos los elementos que hacen parte de este oficio y que te enriquecen.

Me parece muy hermoso que hables de la creación arquitectónica como un momento poético, porque queda implícito que se requiere de cierta sensibilidad para sentir, para apreciar un lugar. ¿Es necesaria la sensibilización para la creación en un contexto como el nuestro, donde la mayoría de la construcción se hace informalmente?

Por supuesto. Si tú ves los datos, en el país deben existir cerca de 20.000 arquitectos. Empieza a ubicar franjas a ver cuántos están con empleo fijo, trabajan de docentes, o están en la burocracia, o trabajan en empresas o lo que sea, pero hay una cantidad de arquitectos que posiblemente están manejando taxis, o sea, están en el límite de la sobrevivencia. Si esa es la realidad, ¿por qué esos arquitectos no están trabajando donde está el mayor porcentaje de la población que los necesita? Porque no aprendieron a trabajar allí. Entonces hay que establecer nuevos vínculos, hay que cambiar la universidad, habría que formarlos para esas otras cosas.

Claro, porque la informalidad en ese sentido también te da una oportunidad, en el quehacer arquitectónico, así como en las formas en que se difunde la arquitectura, en cómo se reflexiona alrededor de ella, o en cómo se pasan los conocimientos.

Eso que tú mencionas, también se observa al constatar que muchos profesionales de nuestros países valoran más la producción arquitectónica y las condiciones de producción arquitectónica del primer mundo y no son capaces de identificar que el arquitecto del tercer mundo es el que mayores libertades y potencialidades tiene. Para ejercer allá, anda a ver la cantidad de procedimientos y trabas, la colegiatura, los costos, etcétera, un chorro de plata y de trámites. Pero además de eso, si quieres hacer algo mínimamente experimental te cuesta un ojo y la mitad del otro, acá lo haces todos los días.

El ideario contemporáneo de trazar redes, no solamente dentro de la arquitectura sino con otra serie de disciplinas para enriquecerse, para poder trabajar y desarrollarse de una forma integral, parece pertinente. En educación, ¿cómo has visto que ha sido este intento de trazar conexiones con otras disciplinas?

Lamentablemente, todavía no parece ir más allá del discurso que a veces dice explícitamente que la formación debe ser transdisciplinaria o interdisciplinaria. Creo que quienes hemos podido cultivar una relación con artistas, poetas, matemáticos, filósofos, o lo que sea, y meterlos en esta sopa para que salga algún producto arquitectónico, nos enriquecemos. Pero las escuelas también deberían tener esto como parte de su práctica, porque las visiones son diversas; por ejemplo, si tú vas al terreno para hacer el primer boceto, el primer trazo de lo que puede ser la obra en ese sitio y vas con un biólogo, él o ella te va a dar otra lectura. Y esa perspectiva debe estar presente en ese proceso. Tienes que ir incorporando y tener la capacidad de no creerte poseedor de la verdad, porque hay otras verdades, entonces creo que es bueno escuchar.

Handel, desde tu experiencia como educador en eventos que difunden la arquitectura, si queremos buscar esta formación de un arquitecto transversal, un arquitecto con herramientas para adaptarse a las cosas, ¿esto no es un reto a la sistematización?

A ver, hay elementos que se pueden sistematizar y otros que no, que dejan huella en el alma y ahí está la impronta. ¿Cómo vas a sistematizar, digamos, la noche en la cual tu amiga te declamó a Neruda? Sin embargo, yo creo que en el proceso de hacer un taller, vas construyendo colectivamente ideas, procesos, diseños, etcétera; eso sí es bueno sistematizarlo. Por ejemplo, al trabajar en barrios populares, si no tienes un mínimo de legado de quienes ya lo hicieron y que te transmiten algo de su experiencia: mira no cometas estos errores, no puedes ir el primer día y ofrecer no sé qué cosa, anda calladito… Hay cosas que que tienes que sistematizar porque hay tantos errores. Creo que hay mucho que aprender. Tenemos elementos técnicos en los cuales la ciudad está mapeada, tienes información, tienes cartografía urbana, ubicación de las zonas donde construyes y no construyes, donde hay agua o no hay agua, luz, escuelas, servicios, dónde están los arquitectos en Quito, todo está. ¿Qué haces con toda esa información? ¿cómo la trasladas a intervenciones que efectivamente cambien la calidad de vida de una ciudad? Ahí están los grandes retos y no es un tema complicado, dificilísimo, son decisiones. Hay que pasar del discurso demagógico a las prácticas, a las sedes para transformar.

Se necesita mucha empatía. Volviendo a la educación, en esa misma línea, ¿no crees que la elitización de la educación juega un papel importante en ese sentido?

Penosamente, en este país la mejor educación es privada, y cuando se abre un programa de becas para posgrados, anda a ver quién gana, no son precisamente los de las universidades públicas o los de los colegios fiscales. Es el deterioro. Entonces los gobiernos tienen que apostarle a la educación pública, las ciudades tienen que apostarle al transporte público, al espacio público, ahí estamos igualitos todos los humanos, pero diferentes. No podemos seguir siendo aniñados, o sea que solo el que tiene plata hace lo que le da la gana. Afortunadamente, en América Latina tenemos muchísimo por hacer, y al ser este uno de los continentes más jóvenes del planeta, con la población quizá más joven del planeta, tenemos un derrotero inmenso. Es un continente maravilloso, tú sales a la vuelta de la esquina y tienes unos parajes y unos paisajes que vienen de todas las latitudes, porque de las nieves eternas, en este país, en cuatro horas vas a la selva y dices esto no es posible. Y sin embargo, de esa locura, de esa fertilidad, no valoramos lo que tenemos, y tenemos gente maravillosa, con unas culturas milenarias, en la indigencia. Nos dan de comer y les tratamos no mal, sino pésimo, e impedimos que se manifiesten cuando ha habido marchas. Entonces creo que hay que mover a muchos, y no solamente el piso, sino que hay que cambiar esa manera de pensar a veces tan ofensiva, racista, discriminatoria.

Hay que incomodar.

El reto es que uno mismo se tiene que incomodar: el día que haces exactamente lo mismo que todos los días anteriores te estás matando la capacidad de innovarte a ti mismo. Para mí, la pandemia fue un momento de quiebre, me agarró justo en una edad de madurez y era la primera vez que tenía tiempo. Y resulta que el tiempo es el recurso más importante que todos los seres humanos tenemos y que no sabemos decidir qué hacer con él. Entonces de repente empiezas a descubrir que es tan importante estar solo como lo es estar bien acompañado, y también tener tiempo para hacer las cosas más sencillas de la vida. Yo nunca había hecho arroz, ahora ya sé hacer arroz. Entonces creo que hay ahí unos elementos que te van enriqueciendo, pero de a de veras.