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Asdrúbal Colmenárez

El aprendizaje del afuera

11.07.2022

por Gerardo Zavarce

En el trabajo de Colmenárez, romper con las asimetrías de las relaciones de poder se convierte en un signo recurrente. La obra es un pretexto para sostener un diálogo, un acontecimiento que permitirá diluir lo individual en lo colectivo: hay comunicación y comunión.

Asdrúbal Colmenárez. Galería de Arte Nacional, Caracas (1980). Fotografía: Carlos Germán Rojas.

Las proposiciones participativas que conforman el trabajo de Asdrúbal Colmenárez (Trujillo, Venezuela, 1936) son el resultado de una voluntad por transformar y alterar los procesos del aprendizaje, mediante el despliegue de lo participativo y lo lúdico como experiencia estética y praxis creativa. De esta manera, la confluencia del arte y el aprendizaje a través de la experiencia del juego se convierte en un territorio para el despliegue de la imaginación, al tiempo que emerge como estrategia para el crecimiento individual y la construcción de una trama colectiva, centrada en la posibilidad de crear y experimentar desde lo participativo, mediante sus formas siempre inacabadas, aquello inesperado: lo que está por venir (como futuro y horizonte utópico), lo otro y el otro, lo que difiere de su estado inicial, lo que deviene. Aquello diferente y diverso que supone el instante de creación concebido como estado poético que nos reintegra y nos convoca a una comunión con las realidades.

Esta mirada resulta clave para la transformación de los espacios de aprendizaje, pero también para desbordar las nociones del arte. Así, las proposiciones participativas de Asdrúbal Colmenárez —los táctiles psicomagnéticos, el alfabeto polisensorial, los psicograffitierra, los psicorrelativos, los psicomecánicos, los psicotáctiles o más reciente: el juego de billar— construyen en conjunto una alternativa para la transformación permanente de la experiencia y de sus participantes.

Las prácticas artísticas y los procesos de aprendizaje confluyen a través de la noción del juego como un acontecimiento de placer y divertimento. Una estructura que contiene pocas reglas, pero su naturaleza flexible las borra, las desplaza, para transformarlas y hacerlas invisibles cuando los jugadores lo consideran necesario. Nadie gana, nadie pierde, tan solo se moviliza el placer de jugar y arrojarse hacia lo inesperado, aquello que es siempre pregunta y deseo: la experiencia de crear en libertad. Sobre la base de este instante que acontece, que es permanentemente participación y comunión, la condición humana es revelada: ser otro y otra cosa, para ser también nosotros mismos.

París es la ciudad (...)

Durante su juventud, Asdrúbal Colmenárez trabaja en el taller de carpintería de su padre en la ciudad de Trujillo, también ocupa su tiempo en la práctica del béisbol (forma parte del equipo Deportivo Trujillo). Entonces, de manera temprana -quizás intuitiva-, tanto el juego como la experiencia de producción en el taller ocupan un rol significativo en sus procesos de aprendizaje y creación.

Existe también una evocación permanente en el discurso de Colmenárez de las cualidades creativas de las tradiciones populares, por ejemplo, en la instalación de los nacimientos para celebrar la navidad, el carácter arbitrario de las escalas de los objetos que lo conforman; igualmente en el uso creativo de las metáforas campesinas para describir los fenómenos naturales.

A principios de la década del sesenta, en la radio local de la ciudad de Trujillo, Colmenárez conoce al artista chileno Dámaso Ogaz (artista polifacético, reconocido por ser pionero del mail-art), quien comenzaría a impartir clases de artes en el recién creado Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano (1961-1962). Inmediatamente, entre ambos artistas comenzó a generarse una significativa amistad que permitió catalizar la curiosidad del inquieto Colmenárez.

Dámaso Ogaz representa una reserva de información para las tempranas exploraciones creativas de Colmenárez, a través de las conversaciones que sostienen, escucha por primera vez los nombres de pintores abstractos (Antoni Tapiés, Willem De Kooning, Jackson Pollock, Mark Rotkho, entre otros varios). Pero también sus diálogos están cargados de referencias literarias: Lautréamont, Baudelaire y Novalis, así como reflexiones sobre las composiciones dodecafónicas.

Luego de ganar en Tokyo el Premio Yomiuri en la II Exposición Internacional de Jóvenes Artistas del Pacífico (1962), Dámaso Ogaz se traslada a la ciudad de París, desde esa ciudad escribe una carta a Asdrúbal Colmenárez -¿acaso una anunciación de sus proposiciones de mail-art?- donde indica: “si tú tienes un trabajo válido, París es la ciudad donde tu obra se dispara hacia arriba”.

Bajo estas premisas esgrimidas como horizonte y destino, Colmenárez viaja a Francia, se traslada en un viaje inédito que lo conduce al viejo continente sin pasar por Caracas, capital de Venezuela. Colmenárez realiza una travesía de 12 días a bordo del barco Américo Vespucio y arriba a Marsella sin dominar el francés, con poco dinero en sus bolsillos se traslada en tren a París. Llega en marzo de 1968, semanas antes de las revueltas estudiantiles conocidas como mayo del 68, eventos que se convertirían en una de las experiencias fundamentales para propiciar un cambio radical dentro de sus exploraciones artísticas.

Poética del acontecimiento

Colmenárez llega a París cargado de sueños, ímpetu y anhelo de cambios. Sin duda, se trata del espíritu de una época que comienza a volverse crítica y problemática a escala global. Los procesos de las sociedades que se inauguran durante la postguerra son múltiples: a) el advenimiento de la sociedad postindustrial y sus contra-relatos críticos; b) la emergencia de los movimientos de liberación en países de áfrica y medio oriente; c) la alternativa de la tesis del foco guerrillero representada por la revolución cubana; d) la conciencia sobre los dilemas ecológicos y medioambientales propios de los modelos tradicionales de desarrollo; e) la emergencia de reclamos de espacios de libertad y renovación cultural, f) el impacto de las nuevas tecnologías de la comunicación y la más potente de todas, g) las nuevas generaciones reclamando, con la presencia de sus cuerpos en la calle, el punto final de una era apuntalada en concepciones totalitarias y regímenes represivos de poder; para dar inicio, de esta manera, a la emergencia transformadora de nuevas expresiones y significados para la vida.

Asdrúbal Colmenárez: “Psychomagnétiques”. Galería de Arte Nacional, Caracas (1980). Fotografía: Carlos Germán Rojas.

El propio Colmenárez relata:

“cuando yo llego en el mes de marzo no imaginé que sería testigo del más grande performance, 300 mil personas que desfilan en las calles y cantan la marsellesa y la internacional (…) Yo que como muchos de mi generación había soñado con la revolución, recuerdo haber llorado cuando veía las manifestaciones (…) Los eslóganes en las calles eran también parte de un sueño: Ser realista pedir lo imposible; prohibido prohibir; frases por el estilo, había miles de eslóganes que se realizaban en la escuela de bellas artes de París entre alumnos y profesores; dentro de este contexto yo reflexionaba: Si la pintura hasta ahora ha sido para ver: ¿por qué no hacer un arte para sentir?”1

Aquel contexto, el gran performance participativo que significó la rebelión juvenil del mayo del 68, marcó el inicio de una búsqueda marcada por interpretar el arte como un evento, como algo que acontece. Esta perspectiva introduce a Colmenárez al estudio del Groupe de Recherche d'Art Visuel (GRAV) liderado por el argentino Julio Le Parc; también conoce las propuestas del grupo de artistas japoneses Gutai que reafirman sus ideas sobre un arte para sentir, para los sentidos, la percepción y la participación.

Prontamente Asdrúbal Colmenárez comienza a experimentar en el taller con bandas magnéticas que le permiten desarrollar la propuesta que denomina psicomagnéticos (psichomagnetiques) y que acompañó con un texto a modo de manifiesto donde esbozó su horizonte crítico:

“(…) cuando yo hablo de arte de hoy, estoy pensando en un arte objetivo que contiene en sí mismo su propia realidad; este arte vivo no puede utilizar palabras como composición, formas, relación, estructuras. En lo que se refiere a mis psichomagnetiques, yo prefiero hablar de acontecimiento, de modificación, de transicionalidad, yo propongo experiencias sensoriales que deben motivar una situación diferente a eso que ha sido el arte de ayer, el cual persiste todavía apoyado por algunos gobernantes que prefieren sumergir al pueblo en letargo colectivo”2.

Asdrúbal Colmenárez. Galería de Arte Nacional, Caracas (1980). Fotografía: Carina Rojas Luna.

Los psicomagnéticos son obras que el espectador puede modificar y completar de manera incesante mediante su manipulación. En 1969 es invitado a participar con los psicomagnéticos en la muestra Atelier du Spectateur bajo la mirada del crítico e investigador Frank Popper, exhibición que promovía la manifestación de un arte participativo donde la experiencia se convierte en la disolución de las dicotomías entre el espectador y el objeto artístico, lo que Popper describe a través de la obra de Colmenárez como una progresión hacia una auténtica creatividad que define como: “(…)la participación ‘total’ del espectador, una participación de los sentidos y de la conciencia, no son obstaculizados por las limitaciones que les imponen unos códigos y unas tradiciones en el sentido general de los términos. Lo que éstos proponen al espectador es el desenlace de su propio compromiso existencial y en esta medida incorporan a su propuesta artística elementos de la vida real”3.

Por estos años Asdrúbal Colmenárez conoce en París a la artista brasilera Lygia Clark, cuyo intercambio lo motiva a seguir explorando las inquietudes que insistentemente viene recorriendo: una práctica artística para la percepción, un arte que se pueda sentir, orientado hacia la emergencia contingente y transformadora de la experiencia, el desenlace de un instante de existencia que no cesa, sino que deviene en el acto e impulso de crear. Una práctica artística alejada de las pretensiones del mercado, alejada de la idea misma de obra de arte. Por lo tanto, desplegada como experiencia sensible: el arte como acontecimientos, rasgo que representa uno de los núcleos esenciales en el cuerpo de trabajo de Colmenárez.

A partir de 1971 comienza a concebir el Alfabeto Polisensorial (Alphabet Polysensoriel). En 1978 concreta el proyecto gracias a la asignación de la beca Guggenheim y presenta los resultados en en el Musée des Enfants du Musée d′Art Moderne de la ciudad de París. El Alfabeto Polisensorial es exhibido por primera vez en Venezuela en 1980 en la Galería de Arte Nacional, junto a otras proposiciones concebidas para el desarrollo de la escritura, a propósito de esta muestra Colmenárez señala: “(…) concebí la idea de un alfabeto polisensorial que tuviese como principio la no inhibición de las capacidades creativas al momento del aprendizaje de la lectura (como es corriente notarlo), de poner sobre un mismo plan de igualdad [a] los niños viniendo de medios socioculturales diferentes, y eliminar el poder sabio del enseñante”4.

Asdrúbal Colmenárez: “Alfabeto Polisensorial”, Galería de Arte Nacional, Caracas (1980). Fotografía: Carlos Germán Rojas.

En el trabajo de Colmenárez romper con las asimetrías de las relaciones de poder se convierte en un signo recurrente. La obra es un pretexto para sostener un diálogo, un acontecimiento que permitirá diluir lo individual en lo colectivo: hay comunicación y comunión. Son obras que mediante el estímulo de la percepción generan ideas, encarnadas en la espontaneidad y la gestualidad del acto creativo como forma de liberación de las potencialidades humanas. Jugar sin reglas, jugar por placer. Crear en libertad para propiciar aquello que acontece como alternativa y posibilidad. Lanzar la pelota: existir como el río o los planetas: en acto, en movimiento, en ritmo, pero sobretodo en libertad.

La noción de juego permite producir una intersubjetividad activa y crítica. Tal como sostiene Víctor Turner5 supone la conformación de un espacio liminar, un umbral entre la vida real y lo imaginario, lo cotidiano y lo no convencional: la fantasía. La potencia liminar que contiene el juego representa una herramienta poderosa para propiciar un pensamiento que favorezca, desde la percepción, la creatividad y el aprendizaje. Lo que para Asdrúbal Colmenárez representa: “en la medida que logra ejercer su derecho a crear en libertad, las posibilidades infinitas del ser humano”6.

De la participación, hacia un perceptivismo sin obstáculos

En el libro de Frank Popper Arte, acción y participación Asdrúbal Colmenárez esboza un diagrama donde despliega sus ideas en torno a la participación, lo define como: De la Participation, vers un perceptivism sans entrave (De la participación, hacia un perceptivismo sin obstáculos) allí concreta la noción de la obra como pretexto, comprendida como dispositivo que actúa a la manera de un estimulador sensorial (tacto, vista, olfato, oído, gusto) para generar en el participante una tensión de sensaciones, percepciones y significados, englobados bajo el concepto de ‘perceptivisme'(perceptivismo) como espacio de estímulos individuales que, simultáneamente, propician la interacción colectiva, mediante un intercambio psicodinámico que conduce al sujeto al espacio de lo que denomina creatividad total.

Se trata en las propias palabras de Asdrúbal Colmenárez "del acto de percibir que podemos interpretar como sentir con conciencia”7. Percepción donde confluyen pensamiento y acción y que permite la emergencia de la conciencia de Sí mismo (identidad) en relación activa e intersubjetiva con el otro (diferencia) y que abre las posibilidades hacia lo otro (creación).

Este proceso genera un espacio complejo de aprendizaje un encadenamiento de proposiciones y acciones que conforman una conciencia del ser propiciada a través de los procesos inherentes al arte como tejidos dinámico cuya raíz se encuentran en las experiencias perceptivas, lo que supone la emergencia en los sujetos de consideraciones: estéticas, éticas y filosóficas (ontológicas) a partir de la noción de la obra de arte como pretexto y punto de partida para el despliegue de lo humano, el arte como una vía para la conciencia del ser, así lo define el propio Asdrúbal al momento de re-interpretar la idea de perceptivismo8.

En relación con esta dimensión propiamente ontológica, comenta Colmenárez:

“Entonces, así como el filósofo Descartes señaló: ‘pienso por lo tanto existo’, yo como soy un primitivo diría: ‘existo porque percibo’, en pocas palabras: antes de pensar percibimos. Me gusta colocar los sentidos como proceso previo al pensamiento. Todo lo que sentimos va al cerebro. Nuestra mente conceptualiza si algo está lejos o cerca, si está caliente o frío; si es dulce o amargo, agudo o grave, agradable o nauseabundo, gracias a la percepción. Así que, el cerebro nos envía estos significados en función de la información que los sentidos logran percibir. Por eso sostengo que la belleza no es lo importante al concebir una obra de arte; lo importante es que la obra nos conduzca a una reflexión: filosófica, psicológica, social, política, antropológica o ecológica”9.

Asdrúbal Colmenárez: Esquema de la participación para un perspectivismo sin obstáculos (1978).

El aprendizaje del afuera

El carácter complejo de los procesos que intervienen en la idea de “la participación, hacia un perceptivismo sin obstáculos” para propiciar el espacio de creatividad total como sostiene Colmenárez, implica que los procesos de aprendizaje que intervienen son, igualmente, de naturaleza compleja. En este sentido, las proposiciones participativas/sensoriales/lúdicas que componen el cuerpo de trabajo de Asdrúbal Colmenárez (entre 1969 y 2021) ofrecen un elemento de activación en las diversas condiciones que conducen a una situación de aprendizaje. De esta forma, la dinámica participativa que despliega activa un eslabón en la compleja cadena del aprendizaje. Así, podemos sugerir que su propósito se centra en: “despertar las facultades que están latentes en cada uno de nosotros y que se van durmiendo a medida que la enseñanza tradicional en la escuela, en la universidad y en el trabajo, nos introduce en una mecánica de automatismos que condicionan la creatividad”10.

Asdrúbal Colmenárez en el contexto de estas ideas en torno al arte y el aprendizaje, señala:

“La naturaleza es quizás nuestra gran fuente de conocimiento. Nosotros aprendemos de todas las cosas que nos rodean”11 -para concluir que- “finalmente, nosotros los seres humanos no somos otra cosa que un magma latente en espera de una melodía musical. Quizás tendríamos que crear nuevas palabras que nadie entendería para describir la complejidad del aprendizaje y de la vida (…) Cada minuto de existencia nos enseña que estamos produciendo conceptos que se unen a otros conceptos, que provienen de otras culturas y otros sistemas de pensamiento. Entonces, se hace evidente que tengamos como seres humanos la necesidad de establecer vínculos entre nosotros, vínculos unos con otros, para vivir en un mundo complejo. Sencillamente no podemos entenderlo todo. Pero sí, sentir mucho. Las cosas que creemos saber o comprender no existen ya en nosotros. Entonces, tenemos que propiciar un aprendizaje que vaya más allá de nosotros mismos”.

Sobre la base de estos argumentos, podemos sugerir que Asdrúbal Colmenárez propone conducir nuestros sentidos hacia la experiencia del mundo, un a través que nos traslada hacia el afuera: proyectar nuestros sentidos hacia el entorno para convertir cada acto en una oportunidad para el aprendizaje, concebido sobre la dinámica de lo relacional y constituido como proceso que va, según sus palabras, más allá de nosotros mismos. Esta perspectiva resulta un aspecto central de su trabajo: la emergencia de un evento donde lo individual se transforma en polifonía colectiva. Recordemos la potencia de la imaginación desatada en las revueltas del mayo francés de 1968, que recibieron a Colmenárez en París y la imagen de los estudiantes y profesores desbordando con palabras y gestos las calles para evocar la urgencia de nuevas realidades.

Entonces, hablamos de un aprendizaje del afuera: concebido hacia la naturaleza, hacia la sociedad, hacia la historia, hacia el cosmos, hacia el otro y lo otro. Un aprendizaje poético, abierto al azar, imaginado en comunión e intercambio simbólico entre las palabras y percepciones; mente y cuerpo, tejidos en una celebración colectiva. Un aprendizaje más allá de nosotros, para conformar el paisaje inédito que somos, que habitamos y que al devenir nos complementa y conforma.