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(Re)mediaciones pedagógicas y escalas micropolíticas en los activismos artísticos latinoamericanos

18.05.2023

por Renato Bermúdez Dini

Lo que este tipo de prácticas recientes de activismo artístico ha planteado a través de sus intervenciones es la importancia de disputar las mediaciones e infraestructuras que constituyen el tejido de lo común [...] Ya no se trata de acciones épicas (propiamente masculinistas) que buscan una revolución profunda, sino de ejercicios situados que se traman interseccionalmente en pequeños espacios de la cotidianidad.

Más allá del llamado “giro a la izquierda”1 y del retorno de derechas conservadoras, la política latinoamericana contemporánea ha pasado por un intenso y vibrante proceso de disputa por la vida en común, al margen (o a pesar) de cualquier tendencia política hegemónica. Estas disputas han sido articuladas a través de participación ciudadana, revueltas sociales, movimientos de resistencia indígenas, agrupaciones de activismos y demás formas de comunalidad que han hecho énfasis en el trabajo por lo común no como una formación dada de antemano sino como un estar-con-otros en constante (re)producción y conflicto2.

Este tipo de insurgencias se caracteriza por experimentar con una “organización nomádica de lo común”3, es decir, con la articulación de ensamblajes que desafían el estado de las cosas para imaginar otros modos de existencia compartidos que alberguen la posibilidad de la diferencia, del desacuerdo y de una convivencia que sepa hacerse cargo del sentido comunitario sin su pesado fardo identitario y esencialista4.

Colectivo BijaRi: Intervención Carro Verde. Fuente: VADB Arte Contemporáneo.

La forma en la que tanto las agendas neoliberales como los nuevos conservadurismos y los fracasados programas progresistas niegan todo tipo de alteridad y pretenden uniformizar el espectro político en formulaciones binarias es lo que ha despertado estos focos pulsátiles de insatisfacción y de devenires-en-común5. En ellos se juegan nuevos horizontes para el porvenir a partir de la exploración especulativa con nuestro aquí y ahora, puesto que se trata de agencias políticas que, desde esa comunalidad incierta, entienden que “el futuro es lo que no podemos ver, a menos que nos demos la vuelta y echemos un vistazo”. Se trata, pues, de formas de imaginación política que traman un mañana a partir del ayer que hemos de reinventar juntos7.

Tal como he sostenido en otras investigaciones, ante este panorama político tan diverso y fragmentario, las estrategias de resistencia y de activismo que confrontan las dinámicas de poder y opresión han pasado también por un profundo proceso de transformación y rearticulación. Las prácticas de activismo artístico a las que tradicionalmente han recurrido los movimientos de resistencia en América Latina han dejado de operar bajo las lógicas que antaño guiaron la lucha política desde la clandestinidad, como los casos que han mapeado los investigadores de la Red de Conceptualismos del Sur entre los sesenta y los ochenta8, o la “amplitud sociológica” que el crítico Juan Acha proclamó para las prácticas del arte latinoamericano comprometidas políticamente con su entorno9. Más allá de los antagonismos ideológicos tradicionales, el activismo artístico latinoamericano actual se inscribe en una genealogía que requiere ser pensada “en tensión entre la violenta explotación del tardocapitalismo global y [los] gobiernos supuestamente progresistas, […] deslindándose tanto de las formas inoperantes de la militancia tradicional como de las preconcepciones disciplinares más mercantiles y narcisistas del arte contemporáneo”10.

Lo que este tipo de prácticas recientes de activismo artístico ha planteado a través de sus intervenciones es la importancia de disputar las mediaciones e infraestructuras que constituyen el tejido de lo común11. A diferencia de sus predecesoras —que operaban a través de ideologías políticas claramente definidas y se articulaban a partir de militancias férreas—, estas prácticas de activismo artístico insisten más bien en disputar lo común a partir de la heterogeneidad que lo constituye para propiciar “nuevos significados sociales a través de un compromiso experimental con los procesos materiales”12. Es decir, antes que pensar lo político como una lucha meramente ideológica, se piensa en sus materialidades singulares y en las plataformas que lo hacen posible para intervenir en ellas y vehicular agencias incalculables para nuestras existencias compartidas13.

En este sentido, destaco dos cualidades puntuales de este tipo de activismos: su escala micropolítica y sus formas de (re)mediación pedagógicas. Por una parte, estas prácticas se caracterizan por un horizonte micropolítico que les permite pensar localmente y, al mismo tiempo, inscribirse en las más urgentes agendas globales para el cambio social14. Ya no se trata de acciones épicas (propiamente masculinistas) que buscan una revolución profunda, sino de ejercicios situados que se traman interseccionalmente en pequeños espacios de la cotidianeidad. Por otra parte, estas prácticas no se guían ya por ninguna estructura disciplinaria del saber-hacer, sino que recurren a mediaciones sociotécnicas heterogéneas, es decir, a diversas “articulaciones entre prácticas de comunicación [artístico-política] y movimientos sociales”15. Las (re)mediaciones de estas prácticas de activismo artístico suponen una relacionalidad entre distintas formas de colaboración, por medio de pedagogías comunitarias, sin saberes especializados, a partir de la escucha atenta y el diálogo horizontal, imaginando formas creativas para la experiencia de lo común16.

A partir de estas dos cualidades, las prácticas de activismo artístico que me interesa destacar aquí giran en torno a la creación de “embriones de otros mundos en estado virtual”17, es decir, aquellas prácticas que anuncian la posibilidad de otros futuros desde el seno de un presente fragmentado y vacilante. Si, como sugiere Donna Haraway, “importa qué historias crean mundos, qué mundos crean historias”18, entonces pienso que este tipo de prácticas de activismo artístico se interesan particularmente por imaginar otros mundos, otros modos de vida a partir de la experimentación con narrativas y materialidades insubordinadas, desafiantes, arriesgadas, que quiebren la continuidad del presente para contarlo de un modo inesperado.

Desde los futuros que invoca este doble enclave de microescalas y (re)mediaciones, en lo que sigue mapeo cinco casos recientes de activismo artístico latinoamericano que no intentan definir un nuevo tipo de arte o de política, sino que buscan poner en vilo los conceptos que tanto la historia del arte como la política institucional y la educación formal nos han heredado para producir extrañamientos en ellos y desbordarlos hacia territorios todavía por explorar19.

La(s) utopía(s) cotidiana(s)

La colectiva Acción Directa Autogestiva (ADA) nace en Puebla (México) alrededor de 2007 como una articulación experimental entre la creación artística y la acción política. Para Itzell Sánchez y Mayeli Sánchez, dos de sus fundadoras, la colectiva responde a un impulso anarquista e indisciplinado que revela “la conformación constante de nuevos órdenes imprevistos”20 para la autodeterminación de las movilizaciones sociales con las que se articula. Una de las principales luchas del ADA ha sido en torno al libre uso del espacio público y en contra de los vertiginosos procesos de gentrificación y especulación inmobiliaria en Puebla. Tal es el caso de Okuparte: por la defensa de los espacios públicos y No te calles, usa las calles, intervenciones que han tomado la forma de festivales callejeros, foros de debate y performances en colaboración con artistas, periodistas, investigadores y activistas locales. Por otra parte, el ADA se ha articulado también con luchas medioambientales, como en la “Marcha por la defensa de la tierra” en Ixtacamaxtitlán —un municipio de la sierra norte de Puebla donde se planea un macroproyecto minero—, o en la caravana “Los pueblos por la tierra” contra la cumbre del G20 (que se llevó a cabo en 2012 en Baja California Sur), en la que el ADA participó a través de una acción con la Mazorca Libertaria: una mezcla entre luchadora y superheroína que personificaba una mazorca de maíz que luchaba por la soberanía alimentaria de los pueblos.

Participación del ADA con la Mazorca Libertaria en la caravana “Los pueblos por la tierra” contra la cumbre del G20 (2012). Cortesía: Archivo ADA.

En estas y muchas otras acciones con diversos colaboradores locales —desde talleres de autodefensa feminista hasta mítines hacktivistas, pasando por puestas en escena de teatro comunitario y ediciones autogestionadas de fanzines anarcopunk—, el ADA ha sido una disrupción anarquista que interviene indisciplinadamente en sus entornos, aprendiendo de “la voz de la rabia, de la dignidad, de la organización y de la ternura radical”21. En una escala local y a través de (re)mediaciones heterogéneas, el ADA interroga el saber hacer en comunidad para imaginar otras formas de vivir en una Puebla gobernada por la desigualdad y la impunidad.

Enredos hactivistas

EnRedadas es una agrupación feminista de activismo por el arte y la tecnología fundada por Gema Manzanares y María Martha Escobar en 2013, en Managua (Nicaragua). Se trata de una plataforma multimediática para intercambiar experiencias y prácticas políticas y creativas que atraviesen lo tecnológico y construyan herramientas de empoderamiento colectivo para mujeres y niñas nicaragüenses. EnRedadas ha sido la coorganizadora de dos importantes iniciativas sobre arte y tecnología en Nicaragua. Por una parte, los FemHacks, encuentros ciberfeministas de reflexión sobre seguridad digital, ciberacoso y violencia de género, formas de autodefensa feminista digitales, software libre y otras narrativas sobre la mediaciones tecno-políticas del Internet para mujeres involucradas en distintas prácticas de autogestión y activismo locales. Por otra parte, el LadyFest, un festival que ha buscado visibilizar la producción artística de jóvenes mujeres centroamericanas, desde una reflexión crítica sobre el arte para el cambio social, las tecnologías del feminismo y las prácticas de autogestión locales. EnRedadas tomó el formato del LadyFest que se ha organizado tradicionalmente desde Estados Unidos para darle un enfoque situado y singularizar las implicaciones políticas y creativas del uso de las tecnologías en la región, a través de espacios de formación y reflexión sobre prácticas como el grafiti y la ilustración, la fotografía y el video, la composición musical, el teatro cabaret, entre otros.

Imagen de la edición 2018 del LadyFest, coorganizado por la colectiva EnRedadas y el Centro Cultural de España en Nicaragua. Cortesía: EnRedadas.

A pesar de tratarse de una colectiva con una fuerte presencia en línea (en la gestión de páginas web, blogs, cuentas de redes sociales, campañas virtuales y acciones hacktivistas), EnRedadas también procura habilitar espacios de encuentro cara a cara para producir formas de reconocimiento y empatía para romper la brecha de género en torno al acceso y la participación de las mujeres en las tecnologías digitales. El diálogo y la colaboración (tanto online como offline) son, pues, las estrategias centrales de esta agrupación, así como su principal apuesta en las formas de generar nuevas comunidades de sentido y solidaridad.

Lírica experimental

El Labo Ciudadano, un laboratorio de acción y reflexión en torno a no-violencia y derechos humanos, surgió en las calles de Caracas (Venezuela) durante la ola de protestas de 2017. Desde entonces ha operado a través de diversos dispositivos para habilitar espacios de conversación y hacer frente a la polarización política, reconstruyendo el tejido social “desde abajo y hacia los lados”23.

Un dispositivo crucial para las distintas experimentaciones del Labo ha sido El Parasistema, un ciclo de talleres y activaciones pedagógicas en línea que buscó sortear el distanciamiento social impuesto por la pandemia para experimentar con otras formas de mantener la movilización ciudadana y articular estrategias de denuncia.

Fue así como se creó este ciclo de actividades sobre herramientas colectivas para hacer catarsis y encauzar los sostenidos malestares sociales a través de prácticas de expresión creativa: talleres de poesía, fotografía y video, esténciles, libros cartoneros, cómics, música, narrativa y demás estrategias para tramar complicidades en la búsqueda de formas distintas para imaginar la política. En estos talleres, el Labo ha logrado articular a activistas de distintas ideologías y causas políticas, para entablar diálogos con “el ánimo de compartir y no de convencer”24.

“Más lírica, menos épica”. Imagen de protesta de calle con la participación del Labo Ciudadano (Caracas, 2018). Cortesía: Labo Ciudadano.

Al insistir en la práctica creativa como un espacio para experimentar con modos distintos de vivir juntos, el Labo Ciudadano activa uno de sus lemas principales: “más lírica, menos épica”25, que supone un viraje radical respecto al rumbo de la política venezolana reciente. Lejos de narrativas grandilocuentes, la apuesta del Labo es por una escala pequeña, sin afán titánico, sin intentar derrocar sistemas de gobierno ni transformar la sociedad en su conjunto sino, más bien, generando conexiones puntuales, activando movilizaciones situadas y tejiendo poco a poco un nuevo (con)texto de participación ciudadana.

Diseños para estar-juntos

BijaRi es un centro creativo en el que convergen proyectos de arte, diseño y tecnología desde São Paulo (Brasil). Ya que sus integrantes provienen del campo de la arquitectura y el urbanismo, el colectivo ha enfatizado sistemáticamente la dimensión estético-política del espacio público. Sus proyectos se caracterizan por un enfoque multidisciplinario que reúne a colaboradores de diversas áreas para producir intervenciones críticas sobre la colectividad, sobre cómo habitamos un territorio y sobre las plataformas, interfaces y medios de interacción social que hacen posible ese vivir en común26.

Muchos trabajos de BijaRi se preocupan principalmente por problemas ecológicos, como es el caso de Não vai ter Copa (2016) y Praças (Im)possíveis (2017), acciones que a través de diseños coreográficos y dispositivos performáticos participativos llaman la atención sobre las problemáticas de la vida urbana y la crisis climática. Esta misma preocupación se hace evidente en su videoperfomance Cura (2021), en el que interrogan las condiciones del acceso a agua y alimentos, así como a poder respirar un aire limpio, en medio del ambiente distópico que produjo la cuarentena por la pandemia del coronavirus.

Intervención Prisma Cultural, del colectivo BijaRi (2015). Cortesía: Colectivo BijaRi.

BijaRi experimenta con metodologías de diseño participativo para explorar la vida en comunidad y las mediaciones sociopolíticas que producen tanto el espacio público como las tecnologías digitales. El caso más paradigmático al respecto ha sido Prisma Cultural (2015), una estructura itinerante que podía montarse y desmontarse en distintos barrios y comunidades de São Paulo para albergar proyecciones audiovisuales, foros de debate, comidas comunitarias, ferias musicales y talleres sobre el uso de tecnologías para la comunidad, entre otras actividades. Prisma Cultural supone un corte en la forma en que se han concebido las relaciones de poder en la ciudad para insertar otro tipo de mediaciones sociotécnicas que habiliten espacios insospechados para aprender juntos, para conocer nuestros territorios y para imaginarnos colectivamente.

La agencia política del lapsus

La Internacional Errorista es un colectivo heterogéneo conformado por colaboraciones a lo largo del mundo, con sede entre Chile y Argentina. Sus miembros fundadores, Loreto Garín Guzmán y Federico Zukerfeld, promueven una “filosofía del error” en un doble sentido: el errar como una equivocación y, a la vez, como el acto de vagar sin un rumbo claro27. El propio nombre del colectivo es ya un desliz fonético provocador: una alusión clara al imaginario contra el terrorismo que inauguró el siglo XXI desde el discurso del Norte Global. Esta agrupación se asume como parte de una guerra que se ha librado sobre todo a través de las formas de imaginación social. El error como “principio ordenador de la realidad” supone, para los erroristas, la apuesta insistente por formas de vida que no puedan apresarse en la uniformadora lógica neoliberal. Claro está, la Internacional Errorista tiende a una colaboración global pero no deja de pensar desde su lugar de origen, el Cono Sur. La herida de las dictaduras militares del siglo pasado y sus continuidades neoliberales han dado la pauta para la mayor parte de sus acciones.

Entre la vastedad de intervenciones del colectivo, destaca una que condensa claramente el ethos errorista: la Epopeya de la soja genocida, una trans-gedia errorista en tres actos. En la marcha popular del 24 de marzo de 2013, a 37 años del golpe militar que inició la última dictadura argentina, los erroristas tomaron las calles disfrazados de choclos (mazorcas de maíz) para protestar contra el laboratorio de tratamiento de semillas que la empresa multinacional Monsanto pretendía instalar en Córdoba, la segunda ciudad más grande de Argentina.

Acción Epopeya de la soja genocida, de la Internacional Errorista, 2013. Fotografía: Sub.Coop. Archivo Etcétera.

La acción consistió en una suerte de batalla campal que transcurrió en distintos escenarios públicos (desde plazas y avenidas concurridas, hasta locales de comida rápida), donde algunos participantes vestidos de científicos rociaban a aquellos vestidos de choclos con líquidos que simulaban ser químicos agrotóxicos y demás sustancias propias de la modificación genética de alimentos. Esta epopeya se ha activado también a través de acciones como el Museo del Neo-Extra-Activismo, un proyecto errante que han presentado en distintas partes del mundo reflexionando en torno a las prácticas de saqueo y extractivismo global, en el que han desarrollado salas de exposición y documentación, talleres comunitarios, acciones de calle y demás mediaciones para resaltar las superficies de explotación y precarización de la vida cotidiana a partir del humor y la crítica.

Ensamblajes (inesperados) del común

Las acciones del ADA, EnRedadas, Labo Ciudadano, BijaRi y la Internacional Errorista crean una constelación de arriesgadas experimentaciones artístico-políticas en las turbulentas coordenadas de nuestro presente. Lejos de poder ser encasilladas como prácticas de activismo “de izquierda”, o de emplazarse públicamente como movimientos políticos al uso, estos colectivos buscan articulaciones heterogéneas para albergar otros futuros posibles, unos que sorteen toda política vertical para explorar ensamblajes horizontales y colectivos en un “común” que no se cifra de una única forma, sino que es siempre móvil y mutante.

Al experimentar con esas articulaciones oscilantes, estas acciones imaginan aprendizajes en común, pedagogías expandidas y desbordadas, indóciles, liminares y, por supuesto, incómodas, desacomodadas, formas de convivencia que desorganicen el estado actual de las cosas para recibir la incierta configuración del por-venir. Desde esa monstruosidad incierta, estas prácticas de activismo artístico latinoamericano intentan (re)mediar el presente, es decir, buscarle soluciones, pero también hacerlo mediar otra vez: darle la vuelta entre todas sus historias posibles para descubrir otras formas de estar-juntos.