Ese tiempo en México (2013-2015) transcurrió en medio de las protestas estudiantiles por los crímenes perpetrados en Ayotzinapa. Fue un hecho que movilizó a la comunidad universitaria y se formaron asambleas estudiantiles que aglutinaron otras luchas de la educación superior. Las vivencias en ese país me ayudaron a comprender la vastedad del mundo y ver con ojo crítico mi lugar de origen. Esas experiencias me inclinaron a pensar la dimensión social de lo que hago y a mirar con sospecha a las figuras e instituciones autoritarias. Estoy muy atento a la teatralidad del poder.
Otra experiencia fue acá en Nueva York, en un taller con la artista Lydia Matthews. El objetivo era caminar como una práctica de investigación estética. Un día reactivamos la performance de Janet Cardiff, Her Long Black Hair en el Central Park. Con un archivo de audio descargado en el celular y usando audífonos, caminé cerca de una hora al compás de los pasos de la narración. Ese ejercicio, y todo ese taller, abrieron un mundo de posibilidades para mí porque trabajamos con una definición de arte que iba más allá de lo visual. Ese mismo año fui pasante para una importante colección de arte latinoamericano, trabajando para el departamento de registro. Estar en contacto con las obras y sus archivos, y pensar el arte desde la perspectiva de las colecciones, abrió campos de trabajo que están más allá de los espacios habituales del consumo de las obras.
En cuanto al marco teórico, están los textos de microhistoria de Carlo Ginzburg o las ficciones de Ricardo Piglia. Desde el arte, aprecio especialmente la obra de Luis Camnitzer, Alejandro Cesarco, Andrea Fraser, Narcisa Hirsch, Waltercio Caldas, Tania Bruguera, Silvano Lora, Ulises Carrión, Harun Farocki, Shahrzad Changalvaee, Rayyanet Tabet, Henri Michaux, Hito Steyerl...