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Carlos Raúl Villanueva

Villanueva el arquitecto, el maestro, y las Notas Docentes

11.07.2023

por Maciá Pintó

Si la Ciudad Universitaria de Caracas y la Facultad de Arquitectura pueden ser consideradas verdaderas clases de urbanismo y arquitectura de las cuales extraer enseñanzas, las “Notas Docentes” nos abren una puerta a una nueva lectura de Villanueva y su obra. (...) Representan un valioso instrumento pedagógico por su contenido, su reflexión de cariz filosófico, de finalidad ética e interés práctico, más relacionado al aprendizaje, a los fines y métodos que convergen en la enseñanza.

Carlos Raúl Villanueva con estudiante, en los Talleres FAU-UCV. Fotografía: Paolo Gasparini. Cortesía: Fundación Villanueva.

Carlos Raúl Villanueva nace con el siglo XX, el 30 de mayo de 1900, en el consulado venezolano en Londres, pero su infancia y adolescencia transcurren en Francia, donde cursa sus estudios secundarios en el Liceo Condorcet, con una formación marcada por el racionalismo cartesiano imperante en las instituciones de enseñanza; luego ingresa en la Escuela de Bellas Artes de París y egresa como Arquitecto. Así, razón y academia conforman un orden, unos principios y un pensamiento, unos valores que le permitirán enfrentar los problemas y las tareas del oficio con sabiduría y sensibilidad. Saber ver y sentir, compartir el trabajo en equipo, estar atento a los cambios y dispuesto a explorar los nuevos caminos que se abren con los manifiestos y los postulados dictados por las vanguardias modernas en arte y arquitectura, serán en definitiva, el común denominador que marcará su vida y su obra: la inalienable y fructífera relación de Villanueva con el arte y los artistas de su tiempo. La concreción ejemplar de la “Síntesis de las Artes”, invocada y deseada en Europa, alcanzada en obra en la Ciudad Universitaria de Caracas, Venezuela, donde Villanueva es al mismo tiempo arquitecto y docente.

Pensar y realizar: el Arquitecto

“Villanueva, el Arquitecto” era la manera habitual de auto-nombrarse, de marcar sus libros, de firmar o despedirse en su correspondencia personal. Es la manifestación más decidida de la imposibilidad de separar al hombre Villanueva de su condición de arquitecto; muestra de tanto aceptación como un cierto orgullo; también, clara expresión de su particular humor y franca ironía.

Con la edad y experiencia, sus amigos, los estudiantes y profesores, sus colegas arquitectos y colaboradores, lo llamaban cariñosamente “el Maestro Villanueva”, no solo por su condición humana o de docente y guía de continuadas promociones de profesionales, sino como reconocimiento al valor e importancia de su obra construida, en el marco de aquellos arquitectos llamados “Maestros de la Modernidad”, dentro del contexto latinoamericano y mundial; como fue reconocido por algunos críticos y publicaciones en su momento. Su enseñanza trasciende los límites del aula de clase y el taller de diseño, de sus escritos y conferencias. Es su obra proyectada y construida la que marca de manera definitiva el valor singular de sus realizaciones.

Sin embargo, para quienes lo conocieron, es quizás su condición humana afable y generosa, su ejemplo, símbolo de rectitud y probidad, su cercanía y experiencia la que, en definitiva, vale en mayor medida para que sea reconocido afectuosamente como Maestro. Dos maneras de nombrarlo, dos caminos que corren en paralelo y a la par de esa institución tan querida y cercana, la Universidad Central de Venezuela, y la creación y puesta en funcionamiento de la Escuela de Arquitectura y Urbanismo. De hecho, el proyecto y construcción de la Ciudad Universitaria de Caracas, diseñada por el mismo Villanueva, se desarrolla al mismo tiempo que toman forma los estudios de arquitectura. En 1944 inicia la construcción de la Ciudad Universitaria y este mismo año ingresa como profesor de Historia de la Arquitectura; cursos impartidos en el aula que luego se ampliarán a los temas del urbanismo. Asimismo, los cursos de Composición Arquitectónica, con la formación en proyecto llevada a cabo en los Talleres, de inspiración académica, dirigidos por una figura relevante como en el Taller Héraud, donde completó sus estudios en París. En este caso, la guía del Taller Villanueva está bajo su dirección, reuniendo a un importante plantel de destacados profesores y estudiantes, algunos de los cuales pasaron a ser profesores, consolidando un ganado prestigio y una larga trayectoria en la formación de los mejores profesionales del país, que aun conservando los afectos y relación de pertenencia, no llegaron a formar escuela, en el sentido de seguir o repetir su arquitectura.

Talleres de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela. Fotografía: Paolo Gasparini. Cortesía: Fundación Villanueva.

Villanueva, junto con un grupo reducido de arquitectos, conforma el profesorado inicial que da comienzo al funcionamiento de la Escuela de Arquitectura. Por muchos años, participa con su presencia y orientación en su desarrollo, sin asumir ningún cargo directivo, aunque sí desempeña varios cargos de administración académica: Jefe de Cátedra, de Taller y de Departamento. Su actividad como docente se centra en los cursos de Historia y Urbanismo, para los cuales preparó infinidad de notas con textos y dibujos que reproducía en el pizarrón, utilizando tizas de colores, o bien proyectando diapositivas de un vasto repertorio de la arquitectura mundial, que atesoraba y clasificaba en unas cajas de metal y otras largas de madera, a su vez marcadas e identificadas en función de su utilización. Estas diapositivas eran claves también en los exámenes orales de sus cursos de historia, en los que el alumno debía seleccionar al azar una imagen y en base a ella desarrollar el discurso de su prueba. Para los trabajos finales, solicitaba textos y dibujos, en la realización del estudio analítico de una obra de arquitectura. Arquitectura y ciudad definen los contenidos de sus programas, teoría e historia, la base de sus reflexiones.

Las Notas Docentes: el Maestro

Villanueva participa y acompaña en forma determinante la evolución de la Facultad, hasta el proceso de “renovación universitaria” impulsado por los estudiantes y el reinicio de actividades en 1970. Sin embargo, si queremos conocer su ideario sobre la enseñanza y la arquitectura, debemos remitirnos a las “Notas Docentes”: cientos de páginas sueltas, reunidas en carpetas con indicaciones variables y cambiantes relativas a los temas y contenidos que tratan. Constituyen un ingente material de apoyo a sus clases, realizadas en papel formato carta, escritas a máquina, con textos manuscritos, subrayados y tachaduras, junto a una profusión de dibujos y esquemas, donde deja constancia de su pensamiento y formación. Las que hemos dado en llamar “Notas Docentes” son un valioso, original y peculiar material, que define muy bien la idiosincrasia de Villanueva, de persona sistemática, ordenada y estudiosa de la materia de su interés: la arquitectura y las artes plásticas. Representan un valioso instrumento pedagógico por su contenido, su reflexión de cariz filosófico, de finalidad ética e interés práctico, más relacionado al aprendizaje, a los fines y métodos que convergen en la enseñanza. Son hechas solo para él mismo, como estudio y ayudas de memoria para sus clases, pues son muy personales; intervenidas por la lectura crítica y la actualización periódica, el cambio de perspectiva y la evolución de los cursos.

Las “Notas Docentes” nos abren una puerta a una nueva lectura de Villanueva y su obra. Si la Ciudad Universitaria y la Facultad de Arquitectura pueden ser consideradas verdaderas clases de urbanismo y arquitectura de las cuales extraer enseñanzas, no es menos cierto que podemos acercarnos a su dimensión de maestro a partir de una lectura más privada e íntima de estos textos y dibujos, pues aunque también reproducen fragmentos e intercalan citas de diversas fuentes y autores, es su particular articulación lo que las dota de sentido en el contexto de un tema o aspecto que se estudia y repite, construyendo líneas de lectura y puntos de vista que se mantienen, sean las clases de historia o urbanismo.

Y si originalmente fueron ordenadas por él en distintas carpetas marcadas y, a su vez, vueltas a señalar con distintos títulos y subrayados, las notas fueron intercambiadas y mezcladas por las circunstancias de los programas, las clases y sus propias inquietudes y búsquedas, hasta perder con el tiempo su relativo “orden”; esto llevó a agruparlas a partir de sus títulos y contenidos más generales, en cinco temas: enseñanza, arquitectura, historia, ciudad y urbanismo.

Villanueva nos dejó pocos textos escritos, salvo para algún libro o revista, conferencia o congreso; asimismo, se han conservado muy pocos croquis y dibujos originales de proyectos, de aquí la importancia que adquieren estas notas como material inédito donde buscar las ideas y principios que sustentan su obra de arquitectura. Son registro fiel, memoria y documento de su visión y pensamiento; las claves de una posible interpretación crítica. En sus notas, Villanueva afirma acertadamente que “la arquitectura también se estudia”, y son estas páginas, revisadas en repetidas ocasiones, la prueba más fehaciente de su constante espíritu de búsqueda, garantía del proceso permanente de enseñanza-aprendizaje seguido por él mismo en forma clara y consecuente a lo largo de su vida.

Si lo vemos bien, las notas fueron escritas para sí mismo, a manera de un diario íntimo, solo para la lectura y reflexión personal; esta es una manera de dialogar con el pensamiento, escribiendo frases y sentencias cortas que funcionan como claves para abrirse a un campo mayor de ideas a ser desarrolladas en las clases. Están hechas en función de racionalizar y sistematizar los temas y enfoques de un programa de estudios. Son, a su vez, un recurso mnemotécnico —el medio idóneo para estudiar y memorizar unos conocimientos—, el modo de repasar y preparar las clases, al ser reescritas y releídas, tachando y subrayando, una y otra vez, para desechar o destacar lo que considerara pertinente.

Apuntes de Carlos Raúl Villanueva: Esquema de Espacio. Cortesía: Fundación Villanueva.

Aunque las guías y divisiones de orden espacial y temporal aparecen siempre, podemos afirmar que su visión es básicamente sincrónica; pues si bien se destacan los periodos históricos conocidos —medioevo, renacimiento, barroco y otros— o se distinguen las distintas localizaciones —europeas o americanas, la variedad de culturas y países—, ni su comprensión de la historia es “cronológica”, ni la del urbanismo es “geográfica”. En su enfoque prevalece la finalidad “práctica” de la teoría, aplicada a la historia y la crítica, destacando la valorización técnica y estética. En definitiva son, o pueden ser entendidas, como una “síntesis”, la suma de un pensamiento, de una vida y una obra.

Estudiar la arquitectura de la palabra forma parte de nuestro aprendizaje. Pensar, escribir y leer, son tres términos y acciones que nos permiten acotar mejor la particular relación que establecemos con la arquitectura y su enseñanza. Villanueva nos recuerda, con insistencia, que el arquitecto debe seguir siendo, por definición, un intelectual. Práctica, teoría y crítica convergen en la esfera del pensamiento; proyectar en la cabeza, cultivar las ideas y fortalecer la inteligencia, eran máximas que enunciaba como primera cualidad del arquitecto.

El espacio de la página también tiene su propia arquitectura dispuesta a la mirada. La lectura de estas notas tiene sentido en la medida que podamos dar vida a las ideas de Villanueva, tratando de establecer un paralelo con su obra, al descubrir y reconocer los valores presentes en el hecho construido. Teniendo el compromiso, como lectores, de abrir distintos caminos de interpretación, que pasan por la necesaria reflexión sobre su papel en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Sostener que las ideas se confrontan, cambian y reafirman en forma crítica, llevó a Villanueva a siempre recomendar a los estudiantes que “debían aprender a ver su trabajo con ojos ajenos”.

Curiosamente, fue enfático en afirmar que el papel es el peor enemigo del arquitecto y que la arquitectura no es cuestión de dibujo, pues este constituye un apoyo del pensamiento. Por el dibujo se expresa un pensamiento: trazar con el gesto de la mano y la guía del ojo es enunciar una idea. Muchos de los dibujos presentes en las notas docentes están tomados de imágenes y fotografías, de proyectos y obras referidos en variados textos, otros, de su experiencia directa con la arquitectura; pero en todo caso, están formulados como síntesis conceptuales, mediante claros y sencillos trazos esquemáticos, evocadores y sugerentes.

Podemos seguir en las lecturas de Villanueva sus intereses, preferencias, opiniones, al recorrer su biblioteca y revisar distintos materiales, y reconocer por medio de subrayados, signos de exclamación, asteriscos, llamados y notas, aquello que le parece relevante y que a veces copia y reproduce, al compartir un punto de vista o sustentar sus propias convicciones. Seguir la evolución de los distintos cursos de Historia y Urbanismo, Teoría y Crítica, es una tarea ardua; igualmente, revisar el contenido de los distintos programas. De hecho, el verdadero contenido de sus cursos está en las “Notas Docentes”, y es precisamente la enseñanza el tema que Villanueva aborda con mayor pasión y claridad, e insiste reiteradamente en mantener la formación integral del arquitecto —humanística, filosófica, técnica y artística—. Piensa que el aprendizaje no debe fundamentarse solo en la adquisición de conocimientos, pues prefiere “una cabeza bien hecha que una bien llena”. Repite a sus estudiantes aquellos principios que aplicaba para sí mismo, insistiendo en que cada quien debía asumir la responsabilidad de su formación, mediante el estudio, la reflexión, el debate y la crítica. Búsqueda y cambio, creación y síntesis, son las guías de su vida y obra.

Síntesis de vida y obra: la Arquitectura

Este enriquecedor y sugestivo itinerario nos permite transitar por todas esas obras pasadas y presentes, que sin ser suyas las hace propias, colocándolas en el contexto de sus palabras y dotándolas de una materialidad nueva a través de la línea que da forma a la mirada. Recrear las obras presentes en la historia de la arquitectura de cara a la enseñanza es, a su vez, pensarse a sí mismo como arquitecto de una obra que sintetiza y expresa su circunstancia vital, en un siglo que albergó el sueño de la modernidad. En las notas, Villanueva no habla nunca de su obra, ni la refiere como ejemplo; sin embargo, aunque resulte paradójico, podemos afirmar que, en esencia, no habla de otra cosa. Manteniendo el constante proceso de aprendizaje, pues según él “la arquitectura nunca miente”.

En el Taller de Diseño, o de Proyectos, como profesor de lo que se llamaba Composición Arquitectónica, Villanueva centra su atención en el proceso de ideación, suma de labor creativa, considerando dos momentos: el análisis y la síntesis. Distingue el momento “frío” del análisis junto a la intuición, para estudiar el problema y reconocer el contexto, del momento “cálido” de la creación, que requiere imaginación y talento. Las acciones de observar, percibir, ordenar y proporcionar, están en la base de ese dibujo que repite en las notas, del “ojo” que mira y mide. El Taller reúne lo mejor de la enseñanza y guía del Maestro, convoca su práctica de proyecto y su afinado ojo crítico, en un diálogo cercano y certero, algunas veces devastador para el estudiante que no estaba preparado. Pues, ante una “planta” de un proyecto, la pregunta por dónde está el “norte”, junto a las condiciones del contexto y la orientación, no podían faltar. Por igual, el valor de la medida, la escala y adecuada proporción de los espacios; registrada por él de inmediato y con desasosiego, y decirle al estudiante como crítica: “tienes el ojo cuadrado”. Pide tener una visión que esté más allá del ámbito de la arquitectura, entendiéndola como una profesión social, histórica y culturalmente comprometida. Para él, la primera responsabilidad del docente es: “formar la cabeza del estudiante”. Estimular la acción de pensar, junto a una cuidada educación visual. Saber leer, saber ver, y reconocer la justa medida de las cosas. Medida que es “mensura” —belleza y proporción— y “mesura” —virtud, moderación y comedimiento—. En él destaca su firme convicción en la función social del arquitecto y de la arquitectura que realiza: la construcción del escenario para la vida del hombre. El llamado a asumir un compromiso.

Carlos Raúl Villanueva con estudiantes, en los Talleres FAU-UCV. Fotografía: Paolo Gasparini. Cortesía: Fundación Villanueva.

Villanueva era un hombre de pocas palabras, se reconocía a sí mismo como un hombre de acción. Era un “hacedor”, un realizador. Sus obras son libros abiertos de su ideario arquitectónico. Le Corbusier decía que había que “aprender en contacto directo con las obras en ejecución”, Villanueva es el más claro ejemplo de esta sentencia; en la Ciudad Universitaria, compartía a diario el trabajo de proyecto con la presencia en las obras y las clases.

La Facultad de Arquitectura es paradigma de este proceso de enseñanza-aprendizaje, que resume todo lo hecho en la universidad y que además se extiende en el tiempo, pues como Escuela es un edificio que enseña. Este edificio era su obra, también su casa, en ella ejerció como arquitecto y además como Maestro, potenciando su dimensión educativa; a veces fuerte y clara ante una crítica, al citar la sentencia de Bruno Zevi: la escuela “no ha sido concebida en términos de educación pasiva, sino como un edificio que atrae y permite una experimentación activa precisamente en el medio en el que tiene lugar la enseñanza”.

La enseñanza y la arquitectura están en el centro de su reflexión, junto al arquitecto y la composición, además de la persistencia trinitaria de función, forma y espacio. En Villanueva, el hombre y la obra no pueden disociarse; asimismo, su faceta de realizador y su referente ético como ejemplo de una vida dedicada al trabajo y a la función pública de la arquitectura. El espacio arquitectónico que concibe y construye es expresión de este ciclo vital y creador que comparten vida y obra. Este proceso recurrente de pensar, proyectar, construir y experimentar un espacio, se da en forma continuada, se prolonga y repite por años, en una obra como la Ciudad Universitaria; superponiéndose los distintos ciclos con la presencia y el uso continuado de los mismos espacios, entre ellos el edificio de la Facultad de Arquitectura, su segunda casa, obra que reúne y sintetiza todo lo realizado en la universidad, y es una lección de buena arquitectura. En todo este enriquecedor e inusual proceso, Villanueva aprendió de sí mismo. Su valorada “síntesis” es origen y punto final de esta convergencia que reúne enseñanza y aprendizaje; síntesis que es un valor consustancial a su obra, por ser su más afinada herramienta de proyecto y la más fiel expresión de su vida.