Your registration could not be saved. Please try again.

Conocer para aprender y no para dominar

09.09.2022

por Carolina Castro Jorquera

Estas iniciativas se plantean como un lugar de vida y producción de subjetividades, impulso y energía de cara a la apertura epistemológica que estamos viviendo a nivel global [...] dejar de cosificar el conocimiento como algo que es posible poseer, y trabajar desde una postura de no saber.

Prácticas y saberes para la autogestión de las artes y el territorio

Durante un largo tiempo, mi experiencia como curadora ha estado mayormente vinculada a espacios de arte autogestionados y sin fines de lucro, dirigidos por artistas, que buscan abrir posibilidades de exhibición a propuestas que no encuentran lugar en las instituciones, museos o centros de arte del circuito hegemónico de los territorios que habitan. Cuando digo que no encuentran, no es que no exista para esas propuestas artísticas la posibilidad de exhibir en esos espacios, sino que las complejidades burocráticas, la estructura jerárquica y sobre todo la posición aún colonial de las instituciones, generan una pérdida de sentido para los discursos actuales que están activamente replanteándose las formas en que los distintos conocimientos que emergen con el arte, y los diversos regímenes de realidad que allí coexisten, puedan ser compartidos de forma abierta, generando modos de aprender y compartir saberes desde una perspectiva no dominante y anticolonial1.

Desde allí surgen muchas preguntas en busca de elaborar propuestas alternativas de exhibición y circulación del arte a lo largo de este continente inventado América2, tales como:

¿Qué desafíos propone reimaginar el formato tradicional de exhibición? ¿Qué estrategias podemos usar para diversificar el ‘arte latinoamericano’, reconociendo más plenamente el arte producido por varias comunidades minoritarias? ¿Cuáles son las ventajas de un enfoque no institucional que opera desde saberes situados? ¿Cómo debemos abordar nociones como ‘cronología’ o ‘temporalidad’ de cara a esos regímenes de realidad que coexisten en un mismo territorio? ¿Qué roces y tensiones hemos de procurar entre las acciones anticoloniales y el pensamiento decolonial?

En el presente texto he decidido convocar tres iniciativas de espacios autogestionados por artistas que han llamado mi atención en los últimos años: el Chawpi. Laboratorio de Arte y Creación, en Quito, Ecuador; Toda la Teoría del Universo (TTU), en Concepción, Chile; así como una iniciativa que apenas comienza pero que creo es importante visibilizar por ser pionera en el vínculo entre arte y ruralidad en la zona central de Chile: La Vieja Escuela. Artes y Cultivos, en la comuna de Pichingal. Entre ellos existen virtuosas diferencias y puntos en común: cada uno opera de acuerdo al lugar donde se emplaza, dando espacio a los conocimientos situados que pertenecen de manera específica a sus territorios, poblaciones, comunidades, geografías, historias, orígenes y futuridades. Así mismo, cada uno busca propiciar espacios para una creación más libre, donde la cultura no continúe siendo entendida como un filtro a través del cual vemos un mismo mundo, sino donde tantas culturas como mundos son posibles.

En palabras de uno de sus miembros fundadores, el artista visual José Luis Macas Paredes, Chawpi es un espacio artístico–cultural de experimentación, creación, investigación, formación y exhibición que promueve la interacción de públicos, actores y saberes diversos desde un quehacer intercultural, crítico y ambientalista. Chawpi es una palabra kichwa que significa “centro como un lugar de encuentro”. En él se articula una agenda de exposiciones, talleres formativos y ferias gestadas a través de alianzas y colaboraciones que promueven la creación contemporánea y el fomento hacia una producción y consumo local de manera sostenible y solidaria. Honrando esas raíces, en Chawpi se imparten clases de lengua kichwa como una forma de reivindicar su riqueza y vigencia cultural, así como una propuesta de continuidad de saberes y prácticas de los territorios.

Por su parte, como nos cuentan Elisa Balmaceda y Susana Chau en representación del equipo de Toda la Teoría del Universo, compuesto por ocho personas de diferentes ámbitos de la creación, TTU se piensa colectivamente y opera como un centro cultural que, desde 2015, tiene como objetivo fomentar el intercambio de conocimientos y experiencias en torno a las artes y tecnologías. Investigan áreas híbridas del hacer y conocer cultural, desarrollando festivales, encuentros, talleres y residencias, incentivando el diálogo abierto entre artistas, gestores, hacedores, colectivos, comunidades y audiencias, para profundizar en el intercambio transdisciplinar y generar redes de trabajo, tanto a nivel territorial como latinoamericano.

A no muchos kilómetros de allí, en 2020, Gabriela Yavar y Francisca Benítez —madre e hija— fundaron La Vieja Escuela, artes y cultivos en Pichingal, una pequeña localidad del Valle Central de Chile cuya actividad principal es la agricultura. Nace como un espacio para apoyar y difundir la creación artística en relación a valorar el saber y el quehacer campesino, e incentivar el respeto a la naturaleza. El proyecto se desarrolla en un inmueble de adobe que albergó la primera escuela pública de Pichingal, desde su creación en 1906 hasta 1965, cuando se trasladó a su nueva y actual sede. Entre otras razones, es por lo que este proyecto tiene una especial cercanía con la comunidad local, que es la principal conocedora de las historias y prácticas propias de la ruralidad.

Estas tres iniciativas se plantean como un lugar de vida y producción de subjetividades, impulso y energía de cara a la apertura epistemológica3 que estamos viviendo a nivel global. Se vuelve urgente transformar nuestras formas de saber, y volvernos personas que aceptamos el reto de pensar con otro y cultivar formas de “conocer para aprender y no para dominar”4, como diría la antropóloga Marisol de la Cadena; de conocer sin tener que aprehender, sin conquistar para incorporar y sentir que se posee (algo) como conocimiento.

Dicho de otro modo, dejar de cosificar el conocimiento como algo que es posible poseer, y trabajar desde una postura de no saber, una postura epistémica donde podemos reconocer que otros regímenes de realidad son posibles, pero no necesariamente todos podemos o debemos acceder a ellos, y no por eso dejan de existir o son menos relevantes en la construcción de lo que llamamos presente.

En años recientes, tanto Chile como Ecuador han estado viviendo procesos políticos de gran complejidad: en Chile, con un proceso constituyente en curso, y Ecuador, con un estallido social liderado por el movimiento indígena. En ambos casos las demandas coinciden en la urgencia de una justicia social, el reconocimiento de la plurinacionalidad de sus territorios, y los derechos de la tierra que buscan poner término a un siglo de extractivismo5. La pandemia, por su parte, también fue un golpe duro para los espacios independientes, por lo que ha sido necesario replantear muchas cosas. En este contexto, el Chawpi ha realizado laboratorios de intervención urbana durante el calendario festivo andino, en colaboración con el colectivo Kitu milenario, donde aparte de contar con diferentes actores culturales que compartieron su experiencia dentro de la ancestralidad andina ecuatorial, se realizó una relectura del urbanismo contemporáneo en función de la geografía sagrada circundante.

Paralelamente, han desarrollado la residencia Raymipacha en colaboración con el Colectivo Yama y actores culturales de la comunidad Santa Bárbara, en la provincia de Imbabura. Allí, a partir de una convocatoria a nivel latinoamericano, se abordó lo performativo dentro de la ritualidad festiva del IntyRaymi, celebrada durante el mes de junio. Como señala José Luis, “es interesante constatar cómo en cada territorialidad vivimos estos ciclos solares, los lenguajes, significaciones y saberes situados que a nivel cultural se generan, y donde cada año hay una actualización mediada por lo ritual, que se aleja de una idea purista de cultura y que opta por una ‘codigofagia’ para integrar la diversidad que participa de la fiesta sin dejar de lado capas de lo ritual más profundas donde las comunidades se afirman, corporal y espiritualmente con el entorno”6.

Residencia Raymipacha (2018). Cortesía: Carolina Castro Jorquera.

Por su lado en Concepción, el equipo de Toda la Teoría del Universo lleva varios años organizando el Festival Latinoamericano de Artes y Tecnologías, que es una de las actividades centrales del colectivo. Su más reciente edición se centró en el tiempo humano versus el tiempo natural, que ellos mismos señalan como el pasado enfrentándose al futuro mediado por el presente en las construcciones sociales modernas y contemporáneas, versus el tiempo cíclico constante de la naturaleza y del universo. Otra de las actividades relevantes son las residencias internacionales, donde a través de una convocatoria anual reciben a artistas para trabajar durante 45 días en torno a ejes relevantes para el territorio y las diversas comunidades que lo habitan. Su próxima edición, a realizarse en noviembre de 2022, tiene como eje la reflexión en torno a cuerpos, territorios y máquinas. A lo largo de los años, TTU se ha hecho lugar en la escena local, descentralizando el circuito del arte contemporáneo y visibilizando la necesidad de generar espacio para el trabajo formativo, por lo que han puesto especial energía en la creación de talleres abiertos a la comunidad para promover nuevos vínculos y formas de relación desde el arte. “Para nosotres el arte es el principal vínculo mediador, una herramienta, una tecnología para conocernos, quizás reconocernos y tejer puentes. Sentimos que el tejido cultural en nuestro país está es un lugar tan sensible, que hay que ir con cuidado, ser sutiles y dar el espacio al tiempo, ya que ningún proceso es súper corto”7, señala Susana.

También en Pichingal el trabajo formativo cobra especial relevancia. Como explica Francisca, “desde el comienzo nos hemos propuesto cuidar el diálogo con la comunidad y el entorno, ya que mucho de lo que hacemos nace de la mantención y cuidado de este lugar que queremos conservar y activar como un lugar de encuentro y, a la vez, como un repositorio vivo de la memoria colectiva de Pichingal. La manera de aproximarnos a los conocimientos y prácticas locales es con las ‘manos en la masa’, muy ligada a ciclos naturales de siembra, cosechas, etc., aprendiendo de la experiencia y de todas las personas que pasan por la Vieja Escuela”8.

Entre las actividades realizadas recientemente están los talleres experimentales con familiares y vecinos, donde surgió una exposición de pinturas de maqui (Aristotelia chilensis) hechas por niños, extrayendo el material de frutos de los árboles en la vecindad, y esculturas hechas con las grandes vainas de frutos y pequeños cocos que se desprenden de la palma chilena (Jubaea chilensis). Otra instancia relevante fue un encuentro de intercambio de semillas, que al igual que las actividades anteriores, exploró posibles relaciones entre las artes y los cultivos, para crear un espacio de encuentro multigeneracional, estimular la imaginación de la comunidad y educarnos entre todos en el cuidado de nuestro entorno. Todo esto irá poco a poco conviviendo con proyectos de artistas contemporáneos invitados a trabajar en el lugar.

La primera experiencia fue RIEGO de Francisca Benítez, donde medios como el video, la fotografía y el dibujo tomaron las instalaciones de la casa de adobe que alberga la Vieja Escuela, documentando las prácticas locales de regadío por canales; esto es un asunto crucial para Pichingal, pues con la sequía, la desaparición de saberes, la tecnificación y los potenciales cambios constitucionales venideros, está en proceso de grandes transformaciones. “La exposición fue una oportunidad para reflexionar colectivamente sobre el tema, y escuchar a los adultos mayores. Varios compartieron historias de la Vieja Escuela cuando era escuela rural y ellos estudiaban en ella”, comenta Francisca.

Activando el potencial político del arte para cambiar mundos, en cada una de estas iniciativas se perciben estrategias de resistencia en común vinculadas a formas no extractivas de aprendizaje que propician, en cada uno de sus territorios, alternativas de intercambio respetuosas entre humanos y todo aquello que es más que humano. Estas prácticas tienen en el centro al ‘buen vivir’, un concepto ampliamente difundido entre las comunidades andinas como Sumak Kawsay, y que ofrece una oportunidad para plantear otros mundos y formas de hacer/pensar que nos orienten a un habitar, a una vida en armonía y equilibrio con la Tierra.

Es allí donde el arte tiene la posibilidad de liberarse de sus epistemologías occidentales, para abrirse a formas de conocimiento, a saberes y prácticas que contribuyan a la creación de procesos ético-políticos anticoloniales y no dominantes, que apuesten por lo colectivo y lo comunitario en relación con sus territorios.