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"La escuela, así como los yanomami, tiene cuerpo y precisa estar bien alimentada para ser feliz"

15.07.2023

por Daniel Jabra

y Thiago Benucci

Leia este artigo em português aqui.

Tanto como la escuela, la propia arquitectura también sirvió al colonialismo como instrumento civilizatorio, de forma que, junto al pueblo yanomami, nos invitamos a pensar en cómo podríamos hacerla servir a los intereses de las comunidades.

Entre los yanomami, las escuelas llegaron a partir de la década de 1950 con los primeros misioneros que invadieron el territorio indígena e implantaron sus primeras misiones. Así fue en la región del río Marauiá (Amazonas, Brasil) con la llegada de los salesianos. Entre las comunidades de la región, que tenían poquísimo contacto con no-indígenas, rumores llegaban a los oídos de los yanomami: "los blancos están llegando, trayendo escuela, misión y salud".

¿Pero quiénes eran esos forasteros (napë), y qué era escuela, misión y salud? ¿Qué escondían esas palabras y qué intereses había detrás?

“Queremos saber dónde está el peligro de los blancos. Los blancos dejan escondido donde está el problema, por eso hay mucho peligro”, nos contó cierta vez Adriano Pukimapɨwëteri Yanomami, líder de la comunidad Pukima Cachoeira. Estos términos nuevos y abstractos pasaron a ser traducidos, transformados y actualizados constantemente por los yanomami, de acuerdo con las estrategias políticas de cada grupo.

Luego de haber escuchado los rumores de la llegada de los blancos, el abuelo de Adriano, líder en la época, desconfió de los ataques y de la aparente generosidad de los misioneros y no lo aceptó. Era preciso entender mejor, y para entender mejor era necesario ver de cerca. Así fue como establecieron una relación de intercambio de materiales con los misioneros, y Adriano, ya crecido, se dispuso a participar de las clases en la misión salesiana. Como líder, era preciso tomar el frente, experimentar la situación que se presentaba y entender los peligros escondidos. Luego de la experiencia de la escolarización salesiana y entender cuáles eran los intereses de los misioneros —la prohibición de la cultura y lengua yanomami para colonizarlos—, Adriano dejó la escuela y pasó a buscar otro camino para una escolarización que fortaleciera la cultura yanomami y pudiera formar a los jóvenes políticamente para que puedan luchar por sus derechos. Desde entonces, las escuelas diferenciadas pasaron a ser pauta de primer orden en las reivindicaciones políticas de los yanomami del río Marauiá. Porque fortalecer esas escuelas es fortalecer la lucha por el reconocimiento de sus derechos, por su autonomía y por su bien-vivir.

La postura del abuelo de Adriano, de rechazo a la llegada de los salesianos a su comunidad y negar una alianza con los misioneros, abrió un camino de lucha que su familia lleva incansablemente hasta la actualidad: el de la producción, o invención, de otro tipo de encuentro con los no-indígenas (napë), en el cual ellos puedan conducirlo de acuerdo con sus intereses y estrategias políticas, es decir, un encuentro en el cual el pueblo yanomami sea el protagonista. A través de esa estrategia emprendida por Adriano y su familia de buscar una apertura hacia nuevos encuentros, nuestro acercamiento fue posible y, a partir de 2016, comenzamos a construir una alianza y colaboración que partió del interés común por la construcción de las escuelas yanomami.

Desde la promulgación de la Constitución de la República Federativa del Brasil de 1988, se garantiza legalmente a los pueblos indígenas el derecho a la diferencia, esto es, de ser indígenas y así permanecer, abandonando la visión de los pueblos originarios en estado transitorio rumbo a la civilización. Con el derecho a la diferencia, se garantiza el derecho a la alfabetización diferenciada y también a construcciones diferenciadas para sus escuelas; sin embargo, por otro lado, se ha discutido poco sobre su arquitectura.

Tanto como la escuela, la propia arquitectura también sirvió al colonialismo como instrumento civilizatorio, de forma que, junto al pueblo yanomami, nos invitamos a pensar en cómo podríamos hacerla servir a los intereses de las comunidades. Como arquitectos y antropólogos, pensábamos en cómo podríamos auxiliar en la traducción espacial de ideas y conceptos, con el objetivo de colaborar en la lucha por el derecho a la construcción de escuelas propiamente diferenciadas. A partir de lo que los yanomami nos contaban, nos cabría intentar entender cómo construyen significado y sentido en torno del concepto de escuela, mucho más allá de su arquitectura.

¿Pero cómo proyectar una escuela capaz de reflejar la lógica de lucha y autonomía yanomami, en vez de reproducir la lógica colonial, civilizatoria y misionera? ¿Sería posible pensar y construir una escuela propiamente yanomami?

El cuerpo de la escuela

Seguimos elaborando estas cuestiones a lo largo de intercambios, reflexiones y conversaciones con nuestros amigos yanomami. Elaboraciones y reflexiones no solo conceptuales, sino principalmente empíricas, a partir de la producción de una cartilla arquitectónica bilingüe para las escuelas, resultado de un taller y encuentro con las comunidades yanomami del alto río Marauiá en 2019, y la construcción de dos escuelas: la Escuela Omawë (2019-2020), en la comunidad Pukima Cachoeira y la Escuela Suhirina (2022-2023), en la comunidad Raita Centro, ambas en la región del alto río Marauiá.

Durante la construcción de la primera escuela, en 2019, acompañamos a distancia al equipo de carpintería, que pasó cerca de dos meses cortando las maderas en el bosque y montando la estructura y el techo. Cuando volvieron, recibimos algunas fotos tomadas por Carlinhos, el carpintero responsable por la construcción. Era un sueño realizándose, literalmente. Y como todo sueño que se realiza, era diferente de la imagen soñada. La construcción estaba muy bien hecha, así como la habíamos proyectado. Pero no era una escuela yanomami, todavía nos parecía una construcción napë (no-indígena). En seguida después que Carlinhos volvió a la ciudad y nos mandó aquellas fotos, Adriano también bajó el río Marauiá hasta la ciudad de Santa Isabel do Rio Negro y conseguimos hablar con él.

La primera cosa que él nos dijo fue que la escuela todavía no estaba lista y que, justamente por eso, había pedido que no nos manden fotos. Cuando respondimos diciendo que ya habíamos visto algunas fotos, él se mostró un poco decepcionado y nos pidió una cosa: tendríamos que volver con muchas pinturas coloridas y nos contó que, después de finalizada la construcción, la comunidad se reunió y junto con los ancianos y chamanes afirmaron que la escuela solo estaría pronta cuando la hubieran pintado con los dibujos yanomami. La construcción se volvería escuela cuando le hubieran dado un cuerpo yanomami. Los chamanes y los más viejos, así como Adriano, estaban preocupados con el cuerpo de la escuela, en transformarla en una escuela yanomami, con cuerpo yanomami. Ellos estaban reforzando lo que ya habían elaborado sobre su escuela en 2014, en su Plano Político Pedagógico, inclusive antes de ser construida:

Nuestra escuela es como el cuerpo del yanomamɨ. Usa algunas ropas de las personas napё [no-indígena], usa algunas cosas de las personas napё, pero tiene un pensamiento yanomamɨ. Tiene ojos para ver el camino cierto. Nuestra escuela busca cosas buenas y también mira hacia el frente del camino, porque no quiere dejar que las cosas malas se aproximen. La Escuela Diferenciada tiene su cabeza para pensar como yanomamɨ piensa y para conocer el pensamiento de los napё. Tiene pensamiento propio, no quiere imitar el pensamiento de los napё. Quiere seguir dentro del pensamiento yanomamɨ. Participa de la fiesta y cuando no hay fiesta sigue enseñando otras cosas. Participa de todo lo que sucede en la vida de las personas yanomamɨ. Ella tiene las manos de ella para trabajar y para luchar. Tiene oídos para escuchar las historias de los antepasados y también para oír las historias de los napё. Ella tiene nariz para respirar. Ella tiene piernas fuertes para andar lejos y por caminos difíciles. La escuela, así como los yanomamɨ, tiene cuerpo y precisa estar bien alimentada para poder estar feliz. La escuela, así como los yanomamɨ, tiene alma y tiene pensamiento. La escuela, así como los yanomamɨ, tiene disposición para trabajar para que todos vivan bien y alegres. La escuela es yanomamɨ.

Pintar la casa de los espíritus

Al año siguiente, en 2020, subimos el río para encontrar a Adriano y su familia en Pukima Cachoeira, donde organizamos la pintura colectiva de la escuela con un grupo de jóvenes de la aldea. No sabíamos exactamente lo que tenían programado, pero llevamos las pinturas que Adriano había pedido: azul en gran cantidad para el fondo y varios colores para los dibujos. Cuando llegamos, presentamos todos los materiales a la comunidad y Adriano dijo que primero deberíamos pintar toda la escuela de azul. Con los días, la escuela y su entorno fueron cobrando otra presencia. La escuela pasaba a tener un cuerpo. Cuando terminamos el fondo, le avisamos a Adriano y él nos dijo que ahora podríamos reunirnos con toda la comunidad para discutir sobre cómo hacer los dibujos en la escuela, más allá de organizar la fiesta de inauguración.

Al día siguiente comenzamos la reunión. El primer tema fue sobre la idea de Adriano de hacer una fiesta propiamente yanomami para la inauguración de la escuela, que todos estaban de acuerdo en inventar juntos. Después, los más viejos y los chamanes conversaron durante un largo tiempo sobre lo que debería ser pintado en la escuela, despertando una discusión curatorial sobre cómo sería pintado el cuerpo de la escuela con los dibujos yanomami. Decidieron que, como la escuela era diferenciada, ellos deberían pintar la casa de los espíritus (pei makɨ) en la puerta de cada aula, como las imágenes de Omawë y Yoasiwë (demiurgos ancestrales), y otros espíritus-auxiliares (hekura). Entonces la escuela fue pintada con grafismos, como los dibujos hechos en el cuerpo para las fiestas, pero también con motivos y figuras míticas y chamánicas, espíritus-auxiliares que refuerzan su carácter guerrero y de mediación entre dos mundos. Finalmente, una escuela en una aldea, ¿no es también un espacio de encuentro entre estos dos mundos, yanomami y no-indígena? Adriano explicó que pintar el cuerpo de la escuela, como ellos pintan sus cuerpos, era para traer a los espíritus hacia adentro de la escuela y también para que todos pudieran ver que esta escuela es yanomami y no escuela de napë.

Detalle de la pintura de la Escuela Suhirina Yanomami, comunidad Raita, río Marauiá, Amazonas, Brasil. Foto: Daniel Jabra y Thiago Benucci, 2023.

La idea de pintar el cuerpo de la escuela para invitar a los espíritus a que habiten en ella, se relaciona con una de las etapas del proceso de iniciación chamánica yanomami, el taamayõu. Sobre este proceso, Cândido, el padre de Adriano y grande chamán, nos cuenta que así como para la construcción de una escuela, en el taamayõu, primero los chamanes

hacen la limpieza, como del tamaño de la aldea, así bien limpito, para que puedan venir los espíritus al cuerpo de la persona. Después para volverse chamán tiene que construir la casa, como la construcción de una escuela para dar clase, la casa de quien va a aprender. Quien quiere aprender tiene que tener una casa grande. En el piso, tiene que dejar la tierra bien plana, como si fuese el banco del alumno.

Un claro, en el espacio-pecho de los aprendices de chamán, marca el proceso de construcción y transformación del cuerpo de chamán en casa de espíritus: “la casa de quien va a aprender”. Haciendo una analogía, el terreno limpio abre espacio para que la escuela reciba también su nuevo cuerpo. Cuerpo que, al ser pintado, atrae a los espíritus-auxiliares que son, al mismo tiempo, protectores y profesores.

La iniciación chamánica es entendida como el modo por excelencia de ser enseñado. A lo largo de varios días, el chamán-profesor, como dicen, conduce al alumno al aprendizaje directo con los espíritus-auxiliares hekura. A través de la mediación establecida por él, el profesor maneja la dieta rigurosa, las dosis sopladas de polvo alucinógeno epena y el propio contacto con los hekura. Los espíritus-auxiliares, por lo tanto, transmiten al alumno sus múltiples cantos y, a lo largo del proceso, construyen su cuerpo, sus propias casas. El cuerpo es donde se juntan los espíritus auxiliares del chamán, es a través suyo que son transmitidos los conocimientos y, desde la perspectiva de estos espíritus, el cuerpo es una luz para la construcción de sus casas, llamadas hekura pë yahipɨ, “casas de espíritus”.

Los chamanes tienen la habilidad de asumir otros puntos de vista y explorar otras dimensiones o mundos, posibilitando el compromiso, el diálogo, la negociación, la cura, también que enseñen y aprendan con los espíritus del bosque. Es decir, que ejerzan un papel de mediadores de las relaciones entre humanos, no-humanos y espíritus para producir y mantener el bien-vivir de la comunidad. Siendo así, podemos hacer una aproximación de esa habilidad, de ese lugar de tránsito entre mundos de los chamanes, con la propia escuela que, de manera análoga, posibilita un tránsito entre el mundo yanomami, en el bosque, y el no-indígena (napë), en la ciudad.

Desde esa perspectiva, la escuela, pacificada y domesticada, es también ese lugar de conexión entre mundos, como un espacio de tránsito de personas y saberes, donde se puede hacer la experiencia de manera menos violenta, o más controlada, al universo napë.

Es a partir de ahí que se puede aprender a negociar y mediar las relaciones interétnicas, traduciendo el mundo de las personas napë para los demás yanomami, con el objetivo de volverlos mínimamente comprensibles y, así, controlable. De esta forma, si el conocimiento de los chamanes es fundamental para la manutención de las alianzas con los diversos seres que cohabitan en la tierra-bosque (urihi), la escuela pasa a ser también fundamental para la mediación de las relaciones con los napë. Pero no cualquier escuela y sí una escuela propiamente yanomami: con “ojos para ver el camino cierto” y cabeza “para pensar como yanomamɨ piensa y para conocer el pensamiento napë”.