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Lo nuevo, lo exótico: La búsqueda de referencias de la arquitectura chilena reciente

Este artículo plantea una mirada crítica sobre cómo se produce y difunde el conocimiento en arquitectura a partir del contexto chileno, entendiendo que ello está estrictamente vinculado al aprendizaje de una manera de hacer que construye rasgos de identidad.

Nos formamos como arquitectos observando obras publicadas en revistas, libros y páginas web. Sin cuestionarnos, buscamos a los maestros a quienes admiramos, en especial cuando existe un relato coherente entre sus palabras y lo que han construido. Son personajes y obras de paisajes foráneos, que permanecen en nuestro imaginario y su legado influye en lo que pensamos y hacemos hoy. Esta experiencia común de observación e imitación es el puntapié de un estudio que observa un cuerpo de 91 obras pertenecientes a la bienal de arquitectura chilena del año 2019, y se pregunta si aún es posible reconocer referencias en las obras contemporáneas, aún cuando los modos de aprendizaje en arquitectura se han diversificado y transformado completamente.

La arquitectura, en comparación con otros ámbitos del conocimiento, presenta códigos y procedimientos distintos a los mecanismos comunes de referencia de las ciencias. Normalmente, la producción de conocimiento exige la incorporación de teorías, evidencias, estudios y experiencias desarrolladas previamente, siendo estas las que definen el avance sobre una materia determinada. En otras palabras, las nuevas ideas o hallazgos no son posibles sin reconocimiento del camino ya trazado por otros.

Es por esto que los ejercicios de profundizar, alterar, reemplazar o desviar lo ya cimentado se han vuelto intrínsecos al quehacer académico. La evaluación por pares, los índices de impacto, citas y notas pertenecen a esta serie de códigos y criterios mínimos que resguardan la validez de los nuevos aportes en una comunidad científica. Sin embargo, estos marcos de referencia se diluyen cuando trasladamos la discusión al campo de la arquitectura. En este, la omisión de las fuentes o la indiferencia a mencionar el avance previo, es una práctica común, toda vez que el abierto reconocimiento podría ser interpretado como un síntoma de debilidad o falta de originalidad y creatividad.

En relación a esta reflexión, se planteó un estudio genealógico de la arquitectura reciente en Chile, en el cual se buscó entender nuestra relación con las referencias, para luego poder identificar las principales fuentes de los arquitectos locales. En esta búsqueda, surgen diferentes posturas frente a la noción de ‘referente’, conviviendo las omisiones, los autores y obras reconocidas, y las arquitecturas anónimas. Este pequeño artículo plantea una mirada crítica sobre cómo se produce y difunde el conocimiento en arquitectura a partir del contexto chileno, entendiendo que ello está estrictamente vinculado al aprendizaje de una manera de hacer que construye rasgos de identidad.

Para realizar el ejercicio genealógico1 propuesto, se consideró el universo de arquitectos u oficinas cuyas obras fueron seleccionadas en la XXI Bienal de Arquitectura de Chile, celebrada en octubre de 2019. A pesar de que esta muestra es una ínfima sección de lo que se construye actualmente, la participación en un evento de esta envergadura –cuya convocatoria fue abierta y gratuita– implica una evaluación entre pares y una validación externa; esto convierte a las bienales en un medio homólogo a los journals.

Esta muestra de ‘arquitectura chilena contemporánea’ fue el punto de partida de la discusión sobre las referencias a través de una serie de preguntas a sus autores. La encuesta se aproximó a la búsqueda de los referentes desde distintas perspectivas: en primer lugar, consultando las influencias de los proyectos (corrientes, tipologías genéricas o situadas, obras de arquitectos en general), luego declarando obras concretas junto con el detalle de los medios por los cuales habían conocido el referente, y qué material conocían más de ella (planimetrías, fotografías, memoria). Por último, se otorgó un espacio abierto para comentarios o sugerencias desde donde emergieron los primeros recelos sobre la noción de ‘referencia’. En este punto, los autores buscan esclarecer que lo que han declarado no es copia, sino parte de un ‘homenaje’ a un arquitecto/a, una ‘alusión’ a cierta obra o que simplemente se ‘inspiraron’ en la fuente citada. Podríamos decir que hay un uso culposo de la referencia. Si bien se requiere estar actualizado de lo que se hace dentro y fuera del campo acción –mirar revistas, páginas web, exposiciones, redes sociales–, el delicado límite con la copia, resulta hoy conflictivo.

En esta aproximación a la identidad y la autoría, la primera pregunta realizada es ingenua, y sin embargo válida: ¿a quién y a dónde referenciamos?. Al iniciar este estudio, la búsqueda por el árbol genealógico de la arquitectura chilena reciente tenía por objetivo documentar reconstructivamente los vínculos con elementos antecesores. De esta manera, se podría establecer una lectura de agrupaciones, líneas o interpretaciones de las obras estudiadas, entendiendo así las transferencias de conocimiento que hay en la práctica arquitectónica. Entre las respuestas, si bien hay una dispersión de autores y obras citadas, hay también ciertas repeticiones, por ejemplo, al trabajo de Lacaton & Vassal, Craig Ellwood, Enric Miralles o Kengo Kuma a nivel internacional; o a Smiljan Radic y Alejandro Aravena en el contexto local.

Estas primeras preguntas y los objetivos propuestos, asumen desde su formulación que el ejercicio creativo requiere de observar a los pares de otras latitudes. Esta suposición queda contrastada con los resultados, toda vez que pareciera que en vez de estar mirando hacia afuera, hay una tendencia de mirar hacia nosotros mismos: Latinoamérica, y a Chile en particular. Pero otro alcance parece ser relevante en la práctica actual chilena, la referencia a obras sin autor conocido, que podríamos caracterizar como vernáculas, tradicionales o elementales. Así, la cita a un “muro de ladrillo” ubicado en Linares, a la “arquitectura tradicional del Valle Central”, o a la “carpintería de ribera de San Juan”, conviven con la referencia a autores y obras conocidas antes comentadas, desde Le Corbusier hasta la Plaza de San Marco, estableciendo un amplio abanico temporal de ejemplos observados.

Constelaciones y miradas laterales

Los resultados hasta aquí obtenidos por la investigación nos sitúan en un terreno abierto, en el que las certezas ceden espacio a las tensiones que forman parte de la arquitectura y sus límites de acción. Una de estas tensiones está asociada a la relación que se produce entre obra, autoría y localización. Es decir, al vínculo que existe –o no– entre el tipo de obra observada, referenciada por los arquitectos, y aquellos contextos que podemos definir como locales. Contextos especialmente significativos cuando se trata de miradas que provienen de posiciones periféricas, tal como es el caso de Chile.

En el proceso de constitución de aquello que podemos llamar ‘cultura arquitectónica’, en los procesos de formación del arquitecto, ¿cómo convive la atención hacia las arquitecturas locales, anónimas incluso, con la consideración de obras ya reconocidas e instaladas en el campo arquitectónico global? Al respecto, uno de los debates específicos que se han ido perfilando en la discusión planteada por esta investigación es la convivencia entre una voluntad de ‘filiación’ y la búsqueda de una arquitectura que podemos definir como ‘arraigada’.

En cuanto a la filiación, es habitual identificar en las referencias declaradas el deseo de formar parte de un determinado ‘linaje’ arquitectónico, que permita legitimar el alcance de la obra propia. Así, más allá de una genuina admiración, la atención a obras y autores reconocidos supone también una suerte de inscripción, de validación respecto al campo arquitectónico y aquellas valoraciones ya instaladas. Esta necesidad de ser partícipe de una comunidad o constelación arquitectónica, era hace medio siglo atrás aprobada e incluso fomentada:

“Nuestros abuelos e incluso nuestros padres, que estudiaron arquitectura y se inspiraron en las vanguardias y el movimiento moderno, querían ser lo más parecidos al movimiento moderno, no había una ruptura”2. (Montealegre, 2022)

Un caso emblemático de mediados de siglo XX que refleja la soltura en el uso de referencias, lo protagoniza Philip Johnson con su residencia en New Canaan, Connecticut (EE.UU.), en la cual, como señala Jorge Tárrago, el arquitecto en cuestión es “Más Mies que el propio Mies”3. A pesar de esto, Johnson no se acobardó al revelar inmediatamente sus “fuentes de inspiración”, tampoco la especial y clara alusión a la casa Farnsworth de Mies van der Rohe, obra que no se había publicado hasta ese momento en medios masivos. Esta declaración de Johnson suprimió cualquier reclamo de plagio, y a la vez cualquier discusión sobre la originalidad4. Si nos trasladamos al contexto local, se puede observar cómo los arquitectos chilenos de las décadas de 1920 y 1930 iniciaban el camino hacia una modernidad imitativa5.

Uno de los más claros ejemplos de esta incipiente filiación al movimiento moderno y sus maestros lo representa Roberto Dávila6 y su fascinación por los postulados de Le Corbusier, que lo inducen a diseñar el restaurante Cap Ducal en Viña del Mar (1936) emulando un barco atracado al borde costero. Como señala Eliash y Moreno7, en Chile “La existencia de muchas situaciones como éstas, donde el resultado son obras, caricaturas del modelo original, parece indicar que la copia es una fase obligada en el largo proceso de maduración que lleva a encontrar una expresión propia y apropiada al contexto local”. Aunque lejanos en el tiempo, todavía el movimiento moderno y sus representantes son parte de las referencias de la arquitectura reciente en Chile; la obra de Mies van der Rohe, Le Corbusier e incluso Adolf Loos, continúa siendo fuente de inspiración.

Gran choza de la ceremonia del Hain realizada por instigación de Martín Gusinde. Selknam. Tierra del Fuego. Fotografía de Martín Gusinde, 1919-1923. En: “Los Indios de Tierra del Fuego: Los Selknam”. Martín Gusinde. Editorial C.A.E.A, 1982. Cortesía: Beatriz Coeffé y Felipe Corvalán Tapia.

En contraposición a estos ejemplos y avanzando en el tiempo, situamos a quienes, probablemente en busca de renovar el lenguaje estético o las técnicas, recurren “a miradas laterales, a lo popular, o al campo, buscando allí, una suerte de construcción de identidad en eso que nos parece originario, primitivo, legítimo, auténtico”8.

En esta búsqueda de arraigo, podemos distinguir a ciertas oficinas y arquitectos que tienen la voluntad de establecer un diálogo más explícito con expresiones locales, algunas de ellas sin autoría conocida, tal como ha sido mencionado. Hablamos de intervenciones, construcciones, formas de trabajo, que no necesariamente han sido reconocidas con anterioridad por la Arquitectura, pero que ahora son reivindicadas como fuente de proyecto. Es el caso, por ejemplo, de dos fuentes declaradas por nuestros encuestados: un galpón en el sur de Chile construido en el siglo XIX o de un espacio habitable elaborado por un pueblo originario de la patagonia; los Selknam.

Probablemente, en otro momento histórico y disciplinar reconoceríamos en estas dos aproximaciones –filiación y arraigo– la expresión de un antagonismo. Sin embargo, asumiendo que se trata de una discusión todavía abierta, podemos leer en este escenario una condición de época que da cuenta, al menos en parte, del estado de la arquitectura contemporánea.

Una arquitectura marcada por la superposición, por la sobreabundancia en la circulación de imágenes e información, cuestión que amplia considerablemente el espectro de aquellas obras que pueden ser citadas o utilizadas como referencias. En esta dirección, más allá de la existencia de un plan consciente de búsqueda o adquisición de referentes por parte de los estudiantes, impulsado por una escuela o centro formativo, su uso parece inevitable. Incluso de forma inconsciente, distraída, las referencias comparecen ante nosotros, en forma de imagen, noticia o en la propia experiencia de transitar la ciudad.

Pero, además, se trata de un estado de situación que nos invita a activar discusiones todavía más profundas. Por ejemplo, aquella que tiene que ver con el alcance de la noción de identidad en la arquitectura. En el caso específico de nuestro país, ¿tienen un mayor grado de ‘identidad’ aquellas obras que incorporan referencias locales, regionales? O, por el contrario, ¿se trata de un vínculo que tiende a perder sentido e importancia en un contexto cada vez más globalizado? Hablamos de una reflexión que, por cierto, debería tener impacto en el plano estrictamente formativo, en el ‘aprendizaje’ de la arquitectura. Respecto a este plano formativo, si bien para un análisis en profundidad sería necesario precisar una muestra de observación (por ejemplo, las escuelas de arquitectura del país), podemos señalar dos fenómenos que parecen convivir. Por un lado, cierta aleatoriedad de las referencias o fuentes que llegan hasta los estudiantes; una aleatoriedad que depende de múltiples factores: la formación de postgrado de las y los profesores, sus influencias o incluso los recursos bibliográficos con los que cuenta una determinada institución. Por otro lado, una convivencia cada vez más significativa entre aquellas fuentes que podemos definir como estrictamente ‘arquitectónicas’ y aquellas que no lo son, fruto de la creciente presencia de otras disciplinas en las escuelas de arquitectura, desde la sociología hasta la antropología. Se trata de una convivencia problemática, marcada por una suerte de ‘retirada’ paradójica de las escuelas de arquitectura de la propia ‘cultura’ de la disciplina.

Si tal como señala Mario Carpo9 el conocimiento de la arquitectura se produce en parte a través de la imitación visual y la acumulación de imágenes, ¿qué miran e imitan las y los arquitectos de las nuevas generaciones?, ¿hacia dónde deberían o podrían mirar? Al respecto, sin la intención de dar aquí una respuesta definitiva, quizá un buen punto de partida es propiciar el desarrollo de una arquitectura debidamente ‘situada’.

Es decir, una arquitectura que reconozca las particularidades de su contexto de acción y que, aun movilizando referencias externas o aparentemente lejanas, sea capaz de dialogar. De establecer un diálogo con lo preexistente, con el lugar y tiempo en el que pretende actuar.