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Oaxaca: un entramado donde la comunidad sucede

13.07.2022

por Jaime Ruiz Martínez

De ese ambiente confuso y polarizado surgieron nuevos imaginarios acerca de lo público, de las formas de la protesta y la búsqueda de autogestión. Surgió un hacer compartido por renovar el entramado artístico social que ya no podía seguir recargándose en héroes o instituciones, sino en redes de apoyo, convivencia y subjetivación (...)

Oaxaca es el estado con mayor diversidad lingüística, biológica y cultural de México, está divido en 8 regiones y cuenta con 570 municipios, que es el 25% del total de municipios del país; alrededor de 400 de estos se rigen por ‘usos y costumbres’, un sistema de autogobierno practicado por comunidades indígenas para defenderse de abusos históricos de regímenes coloniales, aunque también es el ejercicio de conocimientos adquiridos y heredados por generaciones que han producido ecosistemas sostenibles y relaciones con la naturaleza y sus recursos naturales diferentes a las promovidas por las agencias capitalistas. Los usos y costumbres, en sus mejores versiones, han logrado formas de autonomía a través de las asambleas tradicionales y del sistema de cargos, a partir del cual lxs habitantes de una comunidad se implican en la creación social participando en diversos cargos comunitarios que se desempeñan sin remuneración monetaria y que determinan vínculos profundos con el territorio, la autoridad, el trabajo y las celebraciones. El antropólogo Jaime Martínez Luna, originario de Guelatao de Juárez, ha promovido ideas importantes a partir de las cuales podemos aproximarnos a las cosmovisiones de las comunidades originarias; dos de ellas son:

Comunalidad: Un concepto vivencial que permite la comprensión integral, total, natural y común de hacer la vida; es un razonamiento lógico natural que se funda en la interdependencia de sus elementos, temporales y espaciales; es la capacidad de los seres vivos que lo conforman; es el ejercicio de la vida; es la forma orgánica que refleja la diversidad contenida en la naturaleza, en una interdependencia integral de los elementos que la componen.

Compartencia: Es la esencia de ser uno del otro, y de pertenecer a una colectividad infinita, que tiene que ver no con sistemas, sino con sociedades en permanente transformación.

Inauguración del Laboratorio de Culturas Cooperativas. Fotografía: Naxhielli Arreola. Cortesía: Jaime Ruiz.

Estas formas comunitarias, a su vez, están impregnadas de relaciones complejas y abundantes con el reconocimiento, la reciprocidad y el intercambio. Una muestra de ello son el tequio (del náhuatl tequitl, ‘trabajo o tributo’) que es una forma organizada de trabajo en beneficio colectivo, consiste en que lxs integrantes de una comunidad deben aportar materiales o su fuerza de trabajo para realizar o construir una obra comunitaria, y la Guelaguetza que significa ‘intercambio de regalos y servicios’; se refiere a las relaciones recíprocas que unen a la gente, principalmente en celebraciones y festividades. Estas relaciones sirven para crear una red de cooperación entre sujetos, familias y hasta entre pueblos.

En los últimos años, las formas de existencia de las comunidades originarias han inspirado programas formativos auto organizados como el Campamento Audiovisual Itinerante, en otros casos las comunidades se han apropiado de infraestucturas estatales para adaptarles a las necesidades de sus territorios, como el caso del Bachillerato Musical Comunitario de Zoogocho y la Universidad Autónoma Comunal de Oaxaca. La comunalidad ha aportado vías reflexivas sobre lo social en diversos contextos, incluso ha polinizado reflexiones sobre la creación artística para indagar en la participación, la colectividad y los bienes comunes.

Abusos y costumbres

El año 2006 fue catártico para el tejido social y político en Oaxaca debido al desalojo violento llevado a cabo por el gobierno de Ulises Ruíz en contra de la huelga de profesores afiliados a la Sección XXII de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Este conflicto dio lugar al surgimiento de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) que, en alianza con la CNTE, buscaron la destitución de Ulises Ruíz y reclamar justicia en contra de variados abusos de poder. Las escuelas cerraron por cerca de 8 meses, las acciones violentas sucedían en todo momento, y el toque de queda alrededor de las 21 horas marcaba el cierre de calles en un ambiente de ciudad fantasma. De los protocolos de las protestas emergieron formas diversas de autoorganización para apoyar las manifestaciones así como para subsanar los efectos de la huelga magisterial. La producción de imágenes de colectivos de arte urbano, radios comunitarias, organizaciones barriales para la construcción de barricadas, elaboración de alimentos y diversas situaciones de enseñanza-educación, surgieron por los efectos de este conflicto. La esperanza de destituir a Ulises Ruíz nutría estas iniciativas basadas en la donación y la designación de cargos para la vigilancia, comunicación y coordinación parecida al sistema de usos y costumbres.

De ese ambiente confuso y polarizado surgieron nuevos imaginarios acerca de lo público, de las formas de la protesta y la búsqueda de autogestión. Del 2006, surgió un hacer compartido por renovar el entramado artístico social que ya no podía seguir recargándose en héroes o instituciones, sino en redes de apoyo, convivencia y subjetivación.

Hasta el año 2006, las opciones de formación artística eran escasas. Ese año inició la Licenciatura en Artes Plásticas y Visuales en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO), con una tendencia formativa orientada hacia las tradiciones gráficas, pictóricas y visuales de las artes en Oaxaca. Las otras infraestructuras educativas eran a partir de las redes de casas de cultura y talleres de gráfica comunitarios, impulsados por Juan Alcázar teniendo como modelo el Taller Rufino Tamayo, fundado en 1974 por el mismo Rufino Tamayo y que funcionaba como un taller con tórculos de uso comunitario y trabajo cooperativo para su sostenibilidad, los artistas que se formaron en el Taller Rufino Tamayo regularmente fundaban sus propios talleres, creando una red importante de formación, producción, exhibición y comercio de artes gráficas que hoy en día continúa funcionando.

El surgimiento de La Curtiduría en 2006, un centro cultural fundado por el artista Demián Flores, marcó un parteaguas en Oaxaca, ya que propició cursos sobre lenguajes contemporáneos, pensamiento gráfico y teoría crítica. Hacia 2011, La Curtiduría consolidó el primer programa formativo en arte contemporáneo en alianza con la Facultad de Arquitectura de la UABJO y la Fundación Alfredo Harp Helú. El programa duraba dos años y en su primera edición transicionó de la coordinación académica de la curadora Olga Dávila y la antropóloga Patricia Tovar a la de la artista Mónica Castillo, quienes orientaron el programa hacia la participación y la construcción comunitaria como discurso artístico, haciendo accesibles ideas basadas en la plástica social, el arte relacional, la participación y las posibilidades del arte y la educación. La Curtiduría contribuyó a las intenciones de trascender el posicionamiento de las artes tradicionales y buscar otras formas de creación desde Oaxaca, labor que tenía un precedente en colectivos como Plan B fundado por lxs artistas Luis Hampshire y Jessica Wozny, quienes realizaron exposiciones y proyectos editoriales en colaboración con otros artistas que proponían investigaciones artísticas basadas en lenguajes y prácticas contemporáneas.

Las nuevas genealogías imaginativas que impulsó La Curtiduría fueron las de producir formas comunitarias como cuerpos de obra artística y no como un complemento de una carrera exitosa o lavado de culpas. Desde la primera generación, surgieron proyectos como el colectivo Tlacolulokos integrado por Darío Canul y Cosijoesa Cernas, A fly in the wall de Mónica Iturribarría, Casa Rosa de Adriana de la Rosa, entre otros proyectos caracterizados por propicar espacios de exhibición, encuentro y diálogo en infraestructuras propias o familiares.

Mural de Tlacolulokos, en San Martín Tilcajete, Oaxaca (2019). Fuente: QuareLiving.

Nueva Patria - Lugar Común

La colonia Patria Nueva es un asentamiento urbano en la periferia de la ciudad de Oaxaca, adonde mi familia emigró en los noventa. Comúnmente, las colonias urbanas en México se rigen bajo un sistema de gobernanza centralizado en el Comité de Vida Vecinal (COMVIVE), un modelo organizativo híbrido basado en el sistema de usos y costumbres y en los modos de gobernanza estatales. Después de mi experiencia formativa en La Curtiduría, en 2012, decidí incorporarme a las reuniones del COMVIVE para intervenir en los ejercicios de creación comunitaria. En un inicio, mi aproximación fue apegada a las políticas del COMVIVE y al imaginario de negociación política y creación de infraestructura cultural de Francisco Toledo. Realizamos ejercicios de memoria colectiva, murales urbanos y un intento de biblioteca comunitaria. Pronto, la visibilidad de las iniciativas incomodó al COMVIVE y activó formas de represión basadas en la vigilancia y control de las actividades.

Tras una ruptura nada amigable con el COMVIVE, y con la colaboración del artista Alex White, en 2014 convocamos a reuniones informales en la calle que llamamos “Pachanguitas”. A partir de estas reuniones nombramos a la nueva célula vecinal Nueva Patria. Durante ese año, Mónica Castillo —quien había sido mi maestra en La Curtiduría— y yo decidimos rentar un espacio juntxs para invitar a artistas a colaborar y ofrecerles un espacio de trabajo y estancia. A partir de las “Pachanguitas” congregamos a un grupo de jóvenes y personas decepcionadas con las políticas vecinales. Nueva Patria estuvo conformada por Iván Arellano, Elodia Martínez, Josué Avendaño, Erika Monserrat, Roberto Juárez, Luis Santiago, Naxhielli Arreloa, Julio Cruz, Alex White, Bonfilio, Isidora (†), Natividad, Mónica Castillo y yo. Mónica lideró un programa de intercambio de saberes, que consistía en conversaciones casuales con vecinxs para indagar en oficios, labores o conocimientos heredados que pudieran entrecruzarse con prácticas artísticas.

Uno de estos intercambios resultó en un taller de bordado que impartieron la artista Ana Hernández y Elodia, una vecina que practica el bordado tradicional de la región del Istmo. Este taller inauguró la dinámica de intercambiar saberes como una estrategia de creación pública comunitaria. Casas de vecinos se convertían por un tiempo en espacios abiertos que diluían las fronteras de la propiedad privada. Nuestra labor era gestionar los vínculos vecinales y la confianza con lxs anfitriones, invitadxs y participantes, procurando entornos cómodos, seguros, generosos y amistosos del fluir intersubjetivo.

A su vez, Alex White consiguió el apoyo de ArtEdu para crear el proyecto Hotel de Plantas, una escultura pública que consistía en un sistema de hidroponía para cultivo de lechugas, que era al mismo tiempo una fuente de iluminación para un terreno baldío, antes peligroso por las noches al no contar con alumbrado público. Desde ese momento, los intereses en la permacultura fueron una constante para el grupo; la escultura de lechugas creó responsabilidades compartidas para verificar el funcionamiento del sistema de circulación del agua, los aprendizajes que emergían del cuidado de las plantas se convirtieron en un pretexto comunitario. Al final, celebramos las lechugas compartiéndolas entre el grupo y lxs vecinos.

Por su parte, Naxhielli comenzó a realizar el registro fotográfico de las actividades, así como proyecciones de cine en espacios inusuales para generar entornos de encuentro vecinal, y Roberto dirigió una serie de murales donde participaron varios artistas y colectivos de arte urbano.

Nueva Patria funcionaba a partir de economías sutiles basadas en la donación, la amistad, el ocio, la reciprocidad, la celebración, el intercambio y otros saberes-hacer que lxs vecinos, en su mayoría migrantes de comunidades originarias, han adaptado al entorno urbano produciendo eventos de lo social que integraban pretensiones artísticas con la vida vecinal misma, dando lugar a una plasticidad comunitaria que favoreció el deseo, la imaginación y la ejecución de iniciativas.

En 2016, Nueva Patria obtuvo el apoyo de ArtsCollaboratory para desarrollar el Laboratorio de Culturas Cooperativas (LCC), un espacio físico que construimos a través de tequios con voluntarixs, vecinxs, escuelas, amistades y que tuvo como base un espacio de usos múltiples y un huerto comunitario. Entonces cambiamos el nombre a Lugar Común, transicionamos de la informalidad a una organización no gubernamental e incorporamos la administración, manejo y otras complejidades del dinero dentro de las economías del grupo; algunxs integrantes se abrumaron y se distanciaron del proyecto.

El LCC tuvo como objetivos proponer la autodeterminación en contraposición a la noción paternalista estatal, propiciar formatos asambleístas para la toma de decisiones, y promover transformaciones en el entorno de Lugar Común a través de prácticas artísticas. Entre 2016 y 2018, el LCC congregó diversas iniciativas vecinales, de otras organizaciones no gubernamentales, artísticas, intercambios internacionales, economías sociales, mezcladas con un complejo entramado de las antes llamadas “economías sutiles”. Hubo muchos obstáculos, en gran medida propiciados por las peores versiones de los regímenes gubernamentales basados en el asistencialismo, la jerarquía política, la patriarcalidad, la hegemonía epistémica, el desvío de recursos, la omisión del deseo, entre otras situaciones de tendencia colonial y extractivista.

Con la conclusión del apoyo de ArtsCollaboratory en 2018, desmontamos el LCC y el proyecto ha permanecido en estado de latencia desde ese momento. La existencia del LCC expandió el imaginario de formas de vida vecinal, del cohabitar y motivó desplazamientos en los participantes, así como muchas otras apuestas por indagar en la plasticidad colectiva desde lo singular y lo común.

Voluntarixs en la construcción del LCC. Fotografía: Naxhielli Arreola

Las transiciones que sucedieron de 2012 a 2018 nos dieron la oportunidad de experimentar entornos híbridos entre la autogestión y la institución, y encontrar en ello posibles contextos de aprendizaje compartido a través de reunirnos, discutir, colaborar, sembrar, construir, cocinar, celebrar, realizar cursos, talleres y otros eventos comunitarios que produjeron el encuentro de edades, géneros, proveniencias, clases, subjetividades y discursos.

Las experiencias vecinales entre Nueva Patria y Lugar Común han influido principalmente en Naxhielli, quien promueve el activismo feminista a nivel micropolíto en el barrio a través de activaciones esporádicas de cursos y reuniones relacionados con Lugar Común, y en Roberto, quien después de liderar el huerto de Lugar Común y otras iniciativas vinculadas a la agricultura y la permacultura, ha dispuesto de un terreno familiar para la reconstrucción, una nueva versión del LCC, esta posibilidad es la que aún nos mantiene con visiones compartidas hacia el futuro.