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Marta Maccaglia

Hacer arquitectura desde la cooperación

31.05.2024

Marta Maccaglia

con Ariadna Cantis

La arquitecta italiana Marta Maccaglia vive en Perú desde 2011, trabajando en proyectos de arquitectura y cooperación. Es fundadora y directora de la Asociación Semillas (2014–)  y cofundadora de la oficina PLAN A 0-100 (2019–2021). Ha sido docente en la Universidad de Ciencias y Artes de América Latina  (2015–2023) y ha brindado consultoría al Ministerio de Educación del Perú. Su labor abarca proyectos de investigación, actividad académica y proyectos de arquitectura dentro de un marco de desarrollo integral.

Ariadna Cantis: ¿Cuál ha sido tu formación como arquitecta antes de llegar a Perú?

Marta Maccaglia: Mi formación de arquitecta se ha desarrollado en la Universidad de la Sapienza de Roma. Allí estudié una maestría en espacios expositivos y museografía. Tras la escolaridad, hice un intercambio de estudios en Madrid donde desarrollé mi tesis: la remodelación de una cárcel de mujeres para transformarla en un espacio expositivo. Tuve la oportunidad de hacer mis prácticas en la oficina de Carlos Ferrater, en Barcelona, participando del proyecto expositivo en la Alhambra de Granada, del artista M.C. Escher. Tanto la exploración del artista como la instalación museográfica fueron de gran inspiración para mí.

¿Cuáles han sido algunos de tus referentes?

En el año 2010, en Terni, mi ciudad, hubo un festival de arquitectura por primera vez: el Think Town Terni. Mi ciudad es muy pequeña y por lo general no pasan muchas cosas. En esta oportunidad, participé de varios workshops, como Guerrilla Gardening, Terni 24 horas con Izmo, Atravesamientos Urbanos, Stalker con Francesco Careri, Derivas Urbanas con Cartografía Resistente. Este evento fue una fuente de inspiración importante, pues fue algo muy distinto de lo que había vivido en mi carrera y en mi profesión. Me fascinó esa forma de acercamiento a la ciudad, las derivas urbanas y las intervenciones en el espacio público como una forma de activismo político. 

Un proyecto que también influenció mi formación es el de Giancarlo de Carlo: Barrio Matteotti, también ubicado en mi ciudad. Es un proyecto que se abordó desde lo interdisciplinar con la participación de arquitectos, sociólogos, mediadores comunitarios, y con participación ciudadana para la construcción de viviendas sociales para los obreros de una fábrica de producción de metal. 

Luego, viajé a Brasil, a São Paulo, para conocer la obra arquitectónica de Lina Bo Bardi, gran maestra y fuente de inspiración.

Cuando llegué a Perú y me vinculé con la arquitectura de espacios educativos es cuando comenzó mi interés por la pedagogía, ya no solo desde la arquitectura sino desde la pedagogía en sí misma, entendiendo que las lecturas que iba haciendo, el entendimiento de la metodología pedagógica aplicada al espacio, me ayudaba también en la reflexión arquitectónica. Me sentí atraída por lecturas como Paulo Freire o Maria Montessori, grandes maestros de la pedagogía, y me fascinan sus discursos políticos sobre la educación como herramienta de libertad.

Llegar al Perú: las primeras escuelas

¿Cómo fue tu llegada a Lima? ¿Cómo se desarrolló la construcción de la primera escuela?

En ese momento de mi vida, seguramente estaba buscando explorar varias facetas de la arquitectura, y también hay que decir que antes de viajar a Madrid para mi intercambio de estudios, nunca había salido de Italia. Pero cuando salí, entendí que quería conocer otros lugares y culturas… Así, en el 2011 postulé en el servicio civil italiano con la ONG CPS - comunitá promozione sviluppo, un proyecto del gobierno italiano que ofrece la oportunidad a jóvenes con edad hasta los 28 años de participar en proyectos de cooperación internacional o misiones de paz. Este proyecto no tenía vínculo con la arquitectura, pero me interesaba el trabajo relacionado a la pedagogía, y también la posibilidad de viajar. 

Se trataba de un proyecto de tutela a la infancia, en Huaycán, un asentamiento humano de Lima. Supuestamente, tenía que apoyar como maestra en una escuela infantil. Pero cuando llegué a Perú, resultó que esta escuela no existía y la organización que me recibía en Huaycán, la asociación Solidaridad Esperanza Anna Margottini, me propuso diseñar y hacer realidad la escuela.

La idea de pasar de la proyectualidad material que realizaba en Madrid y Barcelona a trabajar en Huaycán, donde el diseño y la construcción estaban muy vinculados al hacer, me resultó una experiencia muy interesante y de mucho aprendizaje.

Escuela Inicial Alto Anapati.

Fotografía: Eleazar Cuadros. Financiamiento: Fly Help y Municipalidad de Pangoa. Cortesía: Asociación Semillas para el Desarrollo Sostenible.

¿Y esa primera escuela, cómo se construyó?

Por lo general, se contratan empresas constructoras en Lima y también en los asentamientos humanos hay pequeñas empresas que se encargan, pero en el 2011 todavía no había mucha formalidad y esta escuela la construimos con los vecinos y las vecinas.

En Latinoamérica las ciudades se han construido sin el apoyo de los arquitectos. En el caso de Huaycán, se trata de una barriada planificada que surgió en 1984 y actualmente cuenta con una población de más de 180.000 habitantes. Ahí viven las personas que emigraban de las zonas rurales del país a la ciudad buscando una esperanza de vida y de desarrollo económico, apelando al concepto del “progreso”, este concepto de progreso y de modernidad que en realidad les hemos vendido nosotros.

Pero la realidad demuestra que la calidad de vida de la periferia de la ciudad no es para nada mejor que  la de las zonas rurales, considerando que la periferia carece de servicios de agua, desagüe, electricidad, y el costo de vida es mucho más caro. Yo me encontré insertada en este contexto, donde no hay agua, no hay luz, y hay mucho polvo, no hay verde, porque además Lima está en un desierto. 

Esta primera escuela se construyó con los vecinos y las vecinas en un lote donado por la organización. También la forma de gestionarlo fue muy participativa, porque no había fondos, y se realizó mediante el aporte de la comunidad y donaciones entre conocidos y de las ONG involucradas. Fue para mí un momento de gran aprendizaje esto de entrar en un sistema de autogestión y de construir con los vecinos y las vecinas. 

En este punto, necesitaba preparar la documentación de planos, armar mi 3D, consultar a los ingenieros; sentía una responsabilidad enorme, porque además nunca había gestionado directamente una construcción. El proyecto se planteó con materiales de bajo costo, con lo que había, con lo que se podía conseguir y construir fácilmente. Yo buscaba darle un sentido al espacio a través de preguntar y entrevistar a las maestras de la escuela y a la comunidad… resultó algo difícil y al mismo tiempo mágico.

¿Cuánto tiempo tardó esa construcción?

Este primer proyecto nos llevó cinco meses. Posteriormente trabajé allí como maestra, trabajé con los niños.

¿Pero es durante el tiempo de construcción de esta primera escuelita cuando surge la idea de Semillas?

No. Yo pensaba pasar en Perú un año y regresar a Italia. No tenía planificado pasar mi vida acá, y ahora pienso que mi vida es en el Perú. Es un país que amo y odio, es como esos amores pasionales en los que encuentras un motivo de lucha. Finalmente, todos buscamos un motivo en la vida, ¿no? Yo creo que esto me hace sentir bien y estoy feliz acá. En los primeros años en Perú pude viajar como turista por los Andes, la selva, y me quedé muy fascinada sobre las diferentes formas de vida, las culturas, y entendí que aquí hay mucho por aprender, aportar y también mucho por hacer.

¿Cómo se desarrolló la construcción de la primera escuela en la selva?

En 2013, un amigo que trabajaba en una empresa cafetera, Volcafe, me propuso a mí y a otros tres colegas —Paulo Afonso, Nacho y Borja Bosch— participar de un fondo de la fundación Costa para hacer una escuela en la selva. Entonces desarrollamos el proyecto desde Lima, visitamos una vez la selva y el lugar donde se iba a construir, y resultó que accedimos al fondo.

Me autopropuse ir a vivir a la selva, ya que era en una comunidad nativa y me interesaba entender su cultura y su arquitectura. Me fascinaba investigar otras construcciones y también me interesa mucho la antropología y entender distintas formas de vida. Me mudé a la selva en 2013 para seguir este primer proyecto, que es la escuela de Chuquibambilla; todavía Semillas no existía. 

Diseñamos desde Lima la escuelita típica del arquitecto extranjero que exotiza la selva y hace la típica construcción en madera con sus techos de paja y sus pisos elevados porque teníamos este imaginario de la arquitectura en la selva.

Y en el momento en que se tenía que construir decidimos replantear el proyecto por completo, ya que su coste era de cuatro veces más del presupuesto que teníamos a disposición, y además teníamos que cumplir con las normativas para una escuela pública. Por otro lado, llegué a la reflexión de que tenemos que conocer y sentir el lugar desde adentro para poder proponer una arquitectura que sea coherente con el espíritu del lugar. Para mí, esta inmersión en el territorio fue muy reveladora, fascinante y de mucho aprendizaje.

Esta primera experiencia en la selva marcó un fuerte hito dentro de mi formación y marcó nuestra forma de proponer arquitectura. Una arquitectura pensada y construida localmente, que responde al clima, a la necesidad de la gente y pone en valor los recursos humanos y materiales locales.

El resultado fue muy bonito y tanto la comunidad como Volcafe —el promotor— y la Fundación Costa —financista del proyecto— quedaron muy contentos y emocionados.

Escuela Inicial y Primaria Unión Alto Sanibeni.

Fotografía: Eleazar Cuadros. Cortesía: Asociación Semillas para el Desarrollo Sostenible.

El surgimiento de Semillas

La Fundación Costa y Volcafe se animaron para apoyar tres proyectos más para el año siguiente, 2014: la Escuela Inicial de Los Ángeles del Edén, el Aula Multifuncional de Mazaronkiari y la Escuela Secundaria de Santa Elena. 

Fue entonces cuando me dije: esto me encanta, además me encantó la selva, y yo me quedo acá. Sentía mucha motivación y que era el trabajo de mi vida.

¿Y entonces es ahí cuando estás con los tres proyectos a la vez cuando surge Semillas?

Sí… en realidad fue por cuestiones logísticas, porque se necesitaba una organización que pudiese recibir los fondos para concluir los proyectos que estaban en proceso, y yo me dije: “este es el trabajo de mi vida, aunque sea que tenga que vivir humildemente, pero esto me encanta, me gusta muchísimo”. 

Es así como en el 2014 fundé Semillas y desde el 2016, gracias a los vínculos que había tenido con la ONG italiana CPS, Semillas es su partner local para recibir voluntarios del servicio civil italiano. Desde ahí, comencé a tener equipo, por lo general, de 2 a 6 arquitectas o arquitectos cada año que participan de los proyectos que desarrollamos en la selva.

Durante 2016 y 2017, desarrollamos el proyecto de la escuela primaria de Jerusalén de Miñaro y gracias al equipo de trabajo que se venía configurando, fuimos sistematizando y aplicando todo el aprendizaje y sueños acumulados: talleres participativos desde el diagnóstico hasta el diseño y la construcción; contratación y formación de trabajadores locales; el uso de materiales locales como la madera, la caña de bambú, los ladrillos de arcilla producidos artesanalmente; intercambiar saberes, dialogar con la comunidad durante todo el proceso, y que esto funcione como un mecanismo y una forma de operar vinculada con el territorio, no solo con los recursos materiales sino también con las personas de la comunidad. Para mí fue como un sueño hecho realidad. Poder aplicar todos esos aprendizajes y ver cómo realmente un proyecto de este tipo puede tener un fuerte impacto en las vidas de la gente. En la escuela de Jerusalén de Miñaro lo que más se valora, aprecia, siente, es la atmósfera de felicidad. Es una arquitectura mínima, simple y con una generosidad espacial que vincula los espacios interiores con los exteriores, los espacios pedagógicos con la naturaleza y propone un nuevo modelo de escuela rural para Perú.

Residencia estudiantil Santa Elena.

Fotografía: Eleazar Cuadros. Financiamiento: Ministerio de Desarrollo Alemán, We Building. Cortesía: Asociación Semillas para el Desarrollo Sostenible.

El proyecto docente: Taller 3 de UCAL

¿Cuál es tu posicionamiento en la enseñanza de la arquitectura hoy?

Veo el aula como un semillero y un espacio donde poder transmitir a los estudiantes las reflexiones que he acumulado con la Asociación Semillas.

Soy docente en la Universidad de Ciencias y Artes de América Latina (UCAL) desde el 2015 y participo de conferencias y workshops internacionales desde el 2014. 

En UCAL, en principio enseñaba un taller sobre espacios expositivos en la Escuela de Arquitectura de Interiores, y desde el 2017 hasta el 2022, he entrado a formar parte del equipo docente del Taller 3 AL BORDE, por invitación del arquitecto David Barragán. 

Este taller tiene la gran ambición de formar a los estudiantes para ser agentes de cambio de la ciudad, llevando a los estudiantes a desarrollar un proyecto real a través de investigación, diseño y construcción participativa. Además, se propone una metodología de trabajo integral que se da, en este caso específico del proyecto que estamos desarrollando en la actualidad, gracias a la cooperación de distintas instituciones como la ONG CESAL y la comunidad de Nuevo Amanecer, fundamental para la sostenibilidad del proyecto.

¿Cómo se organiza conceptualmente el taller?

El taller se basa en cinco pilares conceptuales. El primero: la confrontación con la realidad apuesta a la transformación social desde la academia, proponiendo un proceso de aprendizaje que supera la inercia de la pedagogía restringida a los muros de la universidad, y por medio de la arquitectura generar un impacto directo y concreto en el territorio. El segundo: aprender haciendo. El conocimiento crece a través de la experiencia y la exploración, del ensayo y error, del análisis, la ejecución y la construcción. El tercero: trabajar con lo que hay, desde los materiales a disposición hasta los recursos económicos, buscando soluciones creativas desde el diseño y la gestión. El cuarto: el rol del arquitecto. Tenemos el reto de formar arquitectos comprometidos en una práctica profesional socialmente activa.

El quinto: aprendizaje cooperativo. En este ejercicio de co-responsabilidad en el aula y con la comunidad. Al proceso se suman varios actores que aportan desde sus posibilidades y conocimiento. La participación como un medio para escuchar, entender, diseñar y construir juntos un sueño común.