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La academia como práctica

Juan Pablo Corvalán Hochberger es arquitecto de la École d’Ingenieurs de Geneve, Suiza y de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile, Master of Excellence in Architecture, por el Berlage Institute Rotterdam, Holanda, y candidato a doctor por el Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Es cofundador de Supersudaca, un grupo internacional de reflexión e investigación urbana y arquitectura, y de Susuka, la versión práctica de arquitectura en Chile. Es coafiliado al proyecto de sonido y espacio [Sindicato de] Urbanistas Planetarios. Actualmente, es decano de la Facultad de Arquitectura, Animación, Diseño y Construcción de la Universidad de las Américas en Santiago de Chile.

UDLA Ignacio Vidaurre: La Caja Roja. Foto: Bárbara San Martín. Cortesía: Juan Pablo Corvalán.

Ariadna Cantis: ¿Cómo ha influido en tu formación la experiencia de vivir en otros países y estudiar en otras escuelas? ¿Cómo ha incidido esto en tus referentes y perspectivas?

Juan Pablo Corvalán: El hecho de tener experiencias diversas hace que nuestras síntesis sean distintas, que tengan otra sensibilidad. Me resulta muy curioso conectarme con mi generación, quizás me sienta más cómodo con las generaciones más jóvenes, porque he hecho todo el camino inverso.

En general, lo que ocurre en el caso chileno con los pares que tengo acá, es que estudian en alguna universidad en el país, postulan a una beca y se van al extranjero para su maestría y eventualmente se quedan o vuelven. Así, su experiencia es local y después se empieza a globalizar. Mi caso es todo lo contrario. Nací en Suiza y estudié allá, estuve en Chile un periodo, viví en Canadá y Paraguay, regresé, realicé mi maestría en Holanda, y estoy terminando mi doctorado en Chile. Me confronto tardíamente con la academia chilena, más tarde que mis pares. Y constato que a veces hay más dogmatismo aquí, cierta reminiscencia colonial, menos apertura que en Europa, por ejemplo. Uno pensaría que es al revés. Latinoamérica, como es un laboratorio, imaginaba que habría una mayor predisposición a temas abiertos y experimentales —que los hay, pero son la excepción y no la regla.

Esta experiencia te obliga a tener una visión un poco más crítica, pero al mismo tiempo inclusiva. Creo que tener la suerte de haber podido vivir una multiplicidad de experiencias definió mi perspectiva, y me permitió incorporar cierta tolerancia, al mismo tiempo estar motivado por integrar y perseguir que lo que uno haga tenga sentido. Definitivamente, soy un quiltro, soy un mestizaje, difícil escapar de eso.

¿Cuál es la situación actual del colectivo Supersudaca?

Supersudaca fue y sigue siendo algo primordial para mí. Se transformó de un grupo que estaba involucrado en procesos de manifestación del estado de arte de la arquitectura, la ciudad y el urbanismo, a un grupo de amigos.

Nunca nos disolvimos. Seguimos en contacto permanente. Son las personas que yo más respeto, quiero y aprecio de mi entorno. Curiosamente, vivimos alejados, pero son las personas que más extraño y admiro. Los Supersudacas son a quienes recurro si tengo alguna duda profunda, en cualquier ámbito, y por supuesto, en la arquitectura. Supersudaca está vivo dentro de cada uno de nosotros. Siempre hay algún proyecto o iniciativa que nos reúne. Para mí, Supersudaca sigue siendo fundamental y creo que participa en cada paso que doy.

El proyecto de la escuela UDLA

Actualmente eres decano de la Escuela de Arquitectura en la Universidad de Las Américas (UDLA). ¿Qué significa ser arquitecto hoy?

Existe un aspecto disciplinar que percibo particularmente en Chile. Los arquitectos y arquitectas somos afectados por una crisis de identidad disciplinar en las últimas décadas. Hay una gran energía dedicada a reafirmar aspectos disciplinares a ultranza. Muchas veces, estos aspectos de base, a la sociedad civil en general, le resultan difíciles de comprender, e incluso es innecesario que los entiendan. Así, quedamos aislados en una inseguridad disciplinar, más que en una participación y en un rol más activo en aspectos transversales políticamente.

Con este diagnóstico, lo clave de la arquitectura hoy es que se tiene que conectar con los desafíos de la sociedad de la cual es parte. Esta visión sobre los abordajes de la formación es la que nos moviliza: la compartimos en Supersudaca, con mis colegas académicos, y con cada vez más arquitectos y arquitectas.

Se puede afirmar que todo arquitecto tiene una conexión compleja con su contexto, hay algo en la pedagogía, en su formación profesional, que hace que se establezca esta relación, en un mayor o menor grado. Esta conexión es compleja, porque la producción de arquitectura implica una serie de procesos donde la sociedad se ve reflejada. Si la sociedad es injusta, insostenible y desigual, esta condición se ve manifestada espacialmente e incide en la postura cuando proyecta, en el ámbito que sea. Aquí se presenta el desafío, lo clave en la arquitectura es cómo problematizar esta conexión con la sociedad y el espacio en el cual se desenvuelve.

¿Cómo se podría avanzar concretamente? Hay que plantear, reflexionar y volver a actuar. La acción es lo que nos distingue de otras disciplinas que también problematizan el espacio con sus complejidades. Poder plantear, desde esa reflexión y acción, una idea sobre el espacio, es una característica crítica propia de la arquitectura.

Con esta lectura, retomando la pregunta de cuál es la idea de la arquitectura hoy, cuando ya está instalada la idea de que “el mejor edificio es aquel que no se construye”, que se ve replicada por las nuevas generaciones, como un slogan. Esto proviene de la crisis medioambiental, dado que la construcción, por donde la mires, es de los temas más contaminantes del planeta. De modo que estamos insertos en una situación compleja y crítica. Esto nos obliga a pensar, reflexionar, si podemos actuar de otra manera. Si la premisa es que el mejor edificio es aquel que no se construye y nuestra definición de la arquitectura durante el siglo XX es la del “arte de construir”, se evidencia un problema conceptual y epistemológico.

Aquí es donde es necesaria una conversación más abierta. Recurriendo justamente a cómo analizan estas problemáticas otras disciplinas afines al estudio del espacio y la sociedad, como la geografía humana, la sociología urbana, la antropología etnográfica y el arte sonoro, por citar algunas.

Con estas inquietudes abordo mi trabajo académico.

Si la arquitectura del siglo XX fue “el arte de construir”, la arquitectura del siglo XXI puede ser “el arte del espacio social”.

¿Cuáles son los campos de acción de la postsimulación?

La formación de arquitecto que tuve, al cruzar un siglo a otro, fue simular. Por medio de representaciones, dibujos, maquetas, incluso renders 3D con el avance digital, se promovía una supuesta realidad profesional. Se logra el diploma por un cumulus de simulaciones. Ahora ya estamos en otro paradigma.

¿Cuáles serían esos campos de acción postsimulación para acercarnos a lo social? Esta, en efecto, es la gran pregunta compartida. Lo que se ha planteado como respuesta en el proyecto académico de la UDLA, como hipótesis, es el marco de una academia espacial de práctica crítica.

Bajo este marco, se despiertan un mundo de conflictos disciplinares, porque se afirma que la formación, ¿no es justamente el momento de la simulación para prepararse para una realidad profesional posterior? Esta afirmación resulta curiosa, porque se vive en una realidad. Nuestros estudiantes viven una realidad. Sería como seguir promoviendo una disociación.

La posibilidad de una “academia práctica”, o esta reflexión crítica espacial, permite ese contacto con la realidad. Permite una dialéctica, permite decir “me interesa, justamente, compartir tal o cual problemática colectivamente”. En vez de simularlo y esperar a que venga algún sofista a evaluar si está bien o si está mal, se actúa y prueba directamente.

Vale decir que hay otras posibilidades, más vinculadas con una comunidad, vinculadas con problemas más complejos que los que puedes enfrentar encerrado en la escuela de arquitectura. Las herramientas se entregan, se testean en conjunto, es a lo que se refiere con la hipótesis de “academia práctica”.

Autocríticamente, por el momento, estas iniciativas están acotadas a cierta escala; ahí es donde se presenta otro desafío a revisar, a pesquisar si hay alguna experiencia de mayor escala y entrar a otra área de discusión.

Es la hipótesis actual, de la experiencia del arte del espacio social. Queda patente que nuestros estudiantes viven otras posibilidades, otro mundo.

Como comentaba inicialmente, en el contexto latinoamericano, se constata que falta tener mayores espacios de conversación. Espacios de poder entender al otro sin ser excluyentes, resistir la fragmentación del proceso de urbanización.

Como academia práctica, se construye con otros materiales: con sonido, con acciones temporales que marcan un diagnóstico y un proceso significativo. Si se simula, es para construir una espacialidad; se construye colectivamente, más que en cualquier otra formación. Incluso, se construye más que en la arquetípica formación para hacer un símil de arquitecto de la denominada generación dorada chilena. Pasando a un umbral de lo material a lo espacial.

UDLA Katherine Roa Aguilar: Producción Al Límite. Cortesía: Juan Pablo Corvalán.

Academia como práctica

¿Cuál es la contribución de la arquitectura a la sociedad?

Para replantear la contribución de la arquitectura a la sociedad, se puede empezar por disolver la división percibida entre la academia teórica y la práctica. Integrar ambas esferas, el pensar y el hacer, permite a los arquitectos y arquitectas un entendimiento más profundo entre la práctica profesional y el compromiso social.

La academia como práctica significa mucho más que pensar y construir proyectos de arquitectura. Es un medio de producción espacial donde el/la estudiante de arquitectura diluye en ciertos momentos su capacidad de “especialista” y pasa a formar parte de un flujo de experiencias que le permite incorporar historias, morfologías y comportamientos que en muchos casos se encuentran invisibilizados en los procesos formativos de arquitectura.

¿Cuál es el aporte desde la UDLA?

En Chile, la Escuela de Arquitectura UDLA busca poner a prueba la academia con la práctica mediante proyectos tangibles que abordan temáticas socioespaciales urbanas de comunidades reales. La arquitectura ha sido testigo de un despertar por ir más allá de las cuatro paredes institucionales. Más que una alteración radical a la pedagogía tradicional de arquitectura, la propuesta de un marco de academia-práctica entrega un respiro renovado a las herramientas y agendas disciplinares clásicas. La academia como práctica produce una relación dialéctica más compleja entre la formación y la profesión, brindando mayores experiencias a estudiantes y profesores para enfrentar los desafíos del siglo XXI.

UDLA Katherine Roa Aguilar: Producción Al Límite. Foto: Bárbara San Martín. Cortesía: Juan Pablo Corvalán.

¿Por qué se hace pertinente revisar cómo se forman lxs profesionales en arquitectura y cómo se nutre el debate disciplinar?

Se plantea que la academia debe vincularse y retroalimentarse con una realidad… Es justamente a este diálogo reflexivo y activo lo que definimos como ‘academia práctica’. Esta definición, propone un marco para abordar la complejidad, los tópicos y desafíos de la sociedad urbana presente en relación con la arquitectura. Para este proceso dialéctico, se recurre a un marco de discusión presente en la teoría urbana crítica de autores como: Henri Lefebvre, específicamente dos de sus libros: El derecho a la ciudad (1968) y La producción social del Espacio (1974). Se hace uso de las teorías urbanas de investigadores como David Harvey (2012), Jane Jacobs (1961), Neil Smith (2008), Andy Merrifield (2002) y Neil Brenner (2014).

Adicionalmente, se complementa el marco teórico con la visión de la socio-praxis y las metodologías de Tomás Villasante (2000), con la investigación práctica en relación al derecho a la ciudad y lo común de Ana Sugranyes (2010) y los procesos artísticos llevados al plano de la investigación de la actriz y performer María José Contreras Lorenzini (2018). 

¿Cuáles son los antecedentes disciplinares?

Las experiencias de escuelas de arquitectura que han permitido construir una breve epistemología de la academia como práctica, tienen referencias reconocidas en Estados Unidos, Europa y Latinoamérica. A modo de ejemplos destacados, se puede mencionar la Escuela de Arquitectura de Taliesin, fundada en el año 1932 por Frank Lloyd Wright, donde por ejemplo, en un ejercicio, cada estudiante debía construir un albergue para pasar la noche en el desierto. Más recientemente, en la misma línea, The Rural Studio, en el año 1993, lleva adelante en la Universidad de Auburn en Alabama, Estados Unidos, un trabajo de realización de proyectos con comunidades de forma institucional. En Europa, destaca el trabajo de Raumlabor, que plantea su propia academia performativa: The Floating University, en Berlín. Sería importante mencionar algunos ejemplos en España, como el colectivo Zuloark y las Recetas Urbanas de Santiago Cirugeda.

En Latinoamérica, es destacable el trabajo de A77 en Argentina y Al Borde en Ecuador, como esfuerzos puntualmente vinculados a la academia. En Chile, probablemente el proyecto académico más reconocido es el de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso, la cual funda la Ciudad Abierta de Ritoque, en el año 1971, donde estudiantes y profesores autoconstruyen sus lugares de hospedaje y vida común (Verdejo, 2018). Recientemente, el caso de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca, fundada en el año 1999, sin duda con una importante influencia de la anterior, ha concebido por medio de talleres verticales y de sus proyectos de título, un aporte material al paisaje del Valle Central chileno (Uribe, 2013). Sin embargo, hay algo común en ambos proyectos educativos de arquitectura chilena que resulta llamativo: parecen marcar una distancia de los procesos urbanos y un leve o nulo acercamiento a metodologías multidisciplinares. Cuestión que ha quedado pendiente en favor de potenciar el trabajo material y tectónico en sus experimentaciones.

¿En qué consiste el programa de Intervención Comunitaria?

Lxs estudiantes interrelacionan el modelo de enseñanza-aprendizaje de la universidad —la teoría— con diversos contextos de segregación y desigualdad urbana de la ciudad de Santiago de Chile —la realidad social—. Propiciando que lxs estudiantes apliquen en la práctica lo que estudian en la sala de clases, aportando a la inclusión de las comunidades y aprendiendo desde los procesos propios del barrio, en un proceso bidireccional y multidisciplinar. 

¿Cómo se pone esto a prueba?

La puesta a prueba de la hipótesis de la academia como práctica con el programa Intervención Comunitaria, consta de un periodo que va desde el año 2017 hasta la fecha. Cuatro años iniciales, durante los cuales se han realizado trabajos de fin de carrera en barrios céntricos y periurbanos de la ciudad de Santiago.

¿Cuáles serían algunos casos y su alcance?

La academia como práctica significa mucho más que pensar y construir proyectos de arquitectura. Es un medio de producción espacial donde el/la estudiante de arquitectura diluye en ciertos momentos su capacidad de “especialista” y pasa a formar parte de un flujo de experiencias que le permite incorporar historias, morfologías y comportamientos que, en muchos casos, se encuentran invisibilizados en los procesos formativos de arquitectura.