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Pablo Barriga

Ir al parque es tan importante como entrar en un museo: la práctica artística de Pablo Barriga

13.07.2023

por Pamela Cevallos

La impronta de Barriga tiene que ver con ideas y posturas, no con un estilo [...] Recién en las dos últimas décadas se han realizado investigaciones que sitúan la importancia de su trabajo para la renovación del campo artístico, colocándolo como antecedente de prácticas de arte y comunidad.

Pablo Barriga (Quito, 1949) es uno de los precursores del arte contemporáneo en Ecuador, campo al que aportó como artista, profesor y ensayista a través de una discusión en torno al lugar del arte en la sociedad. Desde los años ochenta, su práctica se ha caracterizado por transgredir las fronteras de los géneros artísticos academicistas, así como cuestionar a las instituciones del arte, apropiarse de espacios no convencionales y abrir posibilidades para que el espectador reinterprete su papel. Particularmente en la escena quiteña, Barriga incidió con sus ideas en las generaciones de artistas que se formaron en la Facultad de Artes de la Universidad Central del Ecuador, donde fue profesor desde 1982 hasta 20111, y en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Artes de la Pontificia Universidad Católica, entre 1994 y 2010.

Barriga fue mi profesor de pintura en la Universidad Central, un espacio de formación fundado en 1968 que estaba todavía muy anclado a la tradición de la Escuelas de Bellas Artes y la priorización de la técnica. Él también se graduó en esta universidad en 1980 y casi enseguida ingresó como profesor. Sin embargo, el posgrado que realizó en Saint Martin's School, en Londres, en 1983, le brindó la oportunidad de recorrer otras ciudades, y sus hábitos de lector le otorgaron más herramientas para orientar a sus estudiantes. En la especialización de pintura, la posibilidad de explorar y experimentar más allá del medio era incentivada en su cátedra, así como en la de Mauricio Bueno, artista ecuatoriano que introdujo el conceptualismo en la década de 19702. La figura del profesor-artista, en ambos casos, se convertía en una guía para expandir las nociones de pintura e incluso desplazarla hacia la instalación y el performance.

La impronta de Barriga en quienes fuimos sus estudiantes tiene que ver con ideas y posturas, no con un estilo. Sus obras no se basan en la persistencia de un lenguaje, en cambio enfatizan procesos, discuten el estatus elevado del objeto artístico y plantean un acercamiento a las estéticas populares. Varios de sus trabajos son poco conocidos, pues no tuvieron la intención de circular en el mundo del arte.

Recién en las dos últimas décadas se han realizado investigaciones que sitúan la importancia de su trabajo para la renovación del campo artístico, colocándolo como antecedente de prácticas de arte y comunidad3. Este texto parte de la curaduría que realicé para su muestra antológica, en el marco del Premio Mariano Aguilera a la Trayectoria que recibió en 20154. Aquí abordaré algunas intervenciones de Barriga en el espacio público para reflexionar sobre las relaciones que construye entre arte y sociedad.

El espacio público como lugar de enunciación

La postura del artista tiene sus orígenes en la orientación marxista del seno familiar, atravesada por ideologías socialistas y comunistas. Un año después de graduarse de la universidad y de haber realizado dos muestras individuales de pintura, propuso el proyecto colectivo Arte en la calle (1981-1982), que buscaba establecer una comunicación directa entre los artistas y los públicos, recurriendo a los parques y las plazas como escenarios de presentación de obras artísticas que incluían danza, teatro y música. Por fuera de los museos y las galerías, se proponía al arte como objeto de comunicación y no como objeto de culto o mercancía. Sin embargo, lo central era generar espacios para que la gente pudiera expresarse mediante el dibujo, la pintura, la cerámica, los tapices y el grabado. Como decía Barriga en el manifiesto del grupo: “La única manera de democratizar el arte es ofreciendo la posibilidad de expresión artística al propio pueblo”6. Después de varias ediciones, el grupo se fue desarticulando y el proyecto fue cooptado por la oficialidad de los programas municipales.

Arte en las calles (1981). Cortesía: Archivo Pablo Barriga.

En los años siguientes, desde su práctica individual, Barriga regresó al parque como un lugar de tránsito, ocio y diálogo que será un escenario recurrente en toda su trayectoria. Por ejemplo, en sus pioneras incursiones en el lenguaje del performance haciendo de su cuerpo un lugar de enunciación política. La acción titulada Tricolor (1988) consistió en vestirse de traje y adornarse con lazos conmemorativos de la bandera nacional para caminar por el Parque La Carolina arrastrando objetos traídos de su casa, que se iban ensuciando en el recorrido. Para Barriga esta caminata era un acto de inconformidad frente al gobierno de Febres-Cordero (1984-1988) que, para contrarrestar los actos subversivos de oposición social, institucionalizó la violencia mediante represión y desapariciones forzadas.

Otra acción emblemática del artista es Mordaza a la cultura (1993), realizada a manera de protesta frente a la situación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Vestido como un actor callejero del parque, cubrió con vendas el busto de bronce de Benjamín Carrión, literato célebre y fundador de esa institución en 1944. En un contexto de medidas neoliberales que implicaban el recorte de los presupuestos para la cultura y la privatización de empresas públicas, la acción de Barriga apareció en la primera plana del diario El Comercio, dando visibilidad a esta problemática. No obstante, la ambigüedad de esta imagen entre la mordaza y la momificación del llamado “gestor de la cultura nacional” ha hecho que esta acción trascienda en el tiempo como crítica hacia el oficialismo cultural y el conservadurismo de las élites que la manejan.

Barriga buscó desplazar su práctica de los espacios convencionales, rechazando el mercantilismo de las galerías de la época. Desde 1991, se apropió del espacio abandonado y destruido del Antiguo Hospital Militar para convertirlo en su taller y espacio de exposición7. En la muestra Ambientaciones (1995) enlazó el deterioro del lugar con el uso de materiales pobres y efímeros, que fracturaban la idea de valor alrededor del arte como un objeto de lujo accesible para unos cuantos. Otro ejemplo en esta línea de búsqueda es su exposición de pintura de paisajes en el patio del Hospital Psiquiátrico San Lázaro en 1999, durante el momento más álgido de la crisis política, social y económica que derivó en la dolarización. La muestra estuvo destinada principalmente a quienes habitaban el psiquiátrico, en palabras de Barriga, “las personas encerradas por no conjugar con la normalidad de otros”.

Tricolor (1988). Cortesía: Archivo Pablo Barriga.

El valor de lo popular

Finalmente, es necesario destacar su aporte en valorar lo popular como una estética que se contrapone al peso de lo colonial, en una ciudad como Quito, cuyo centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Frente a las posturas conservadoras que reivindican el legado hispánico, blanco-mestizo y proponen la preservación inmóvil del casco histórico, la mirada de Barriga se enfocaba en el movimiento de las calles y las creatividades de sus moradores. En varias de sus obras de la década de 1990 utiliza objetos cotidianos ensamblados: un molde de pan, unos juguetes de madera, unos adornos para pasteles de bodas que eran reorganizados para recircular en otros contextos. Así, en la exposición Pasado y presente (1995) logra insertarlos en el Museo de Arte Colonial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana mediante una intervención que consistió en 10 instalaciones que dialogaban con la colección del museo. Objetos adquiridos en bazares y mercados, asociados con el “mal gusto”, se contraponían a los altares dorados y las iconografías religiosas.

En la investigación inédita titulada El objeto callejero en la ciudad (1997) Barriga recoge su interés pionero de apreciación de las estéticas asociadas a los oficios cotidianos en el centro histórico. Las conclusiones de esa investigación señalaban que las estéticas iban de la mano de la funcionalidad, sin gratuidades ni desperdicios. Casi diez años después, Barriga realizó una acción que articuló de una manera poética su sensibilidad hacia lo popular y su posición política. En Pan con cuento (2006) conjugó su interés en la literatura y las artes, para acercarse a los transeúntes de su barrio La Floresta. Inspirado en las observaciones que realizó sobre objetos callejeros, Barriga instaló un sencillo puesto de sándwiches rellenos de sus propios escritos, que eran vendidos a 10 centavos. La acción era también un cuestionamiento al valor en el arte al instalar un negocio a pérdida, si consideramos que el costo de la materia prima (el pan y las fotocopias) superaba el precio de venta. No obstante, para el artista la mayor ganancia era la difusión de su escritura en sectores sociales donde la educación es un privilegio y el arte un lujo.

Pan con cuento (2006). Cortesía: Archivo Pablo Barriga.

Barriga se ha mantenido presente en el medio artístico con exposiciones, textos y acciones. Sus aportes al conceptualismo surgen de una práctica pictórica sostenida que se desborda permanentemente hacia otras manifestaciones. En este sentido, sus intervenciones en el espacio público son formas de irrupción en la cotidianidad que invitan al extrañamiento y la reflexión.

Una de las actividades propuestas por el artista-profesor que más recuerdan sus estudiantes era la visita al parque, que se realizaba con la misma importancia que entrar en un museo. Los parques permitían distraerse, divertirse o detenerse. Eran un lugar de observación de la naturaleza en la ciudad y de las dinámicas diarias de transeúntes, niños y niñas, colegiales, vendedores, artistas callejeros y demás habitantes. Un espacio abierto para compartir con quienes se encuentran por fuera de los sistemas de legitimación del arte. La práctica artística de Barriga y su labor como educador confluyen en esta postura de generosidad de conocimientos e intuiciones.