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La educación es un proceso de intercambio

En esta entrevista para LA ESCUELA___, la curadora Madeline Murphy Turner conversa con la artista multidisciplinar Laura Anderson Barbata en torno a su práctica profundamente vinculada a la educación, a la creación de estructuras horizontales de diálogo y colaboración y en el compromiso de la investigación artística como un método de acceder, recuperar y visibilizar historias borradas por los sistemas de opresión.

Laura Anderson Barbata: "Activando el conocimiento desde el cuerpo".

LA ESCUELA___ (Conversaciones, 2023).

Madeline Murphy Turner: Me gustaría iniciar conversando sobre la educación desde la perspectiva de tu experiencia como estudiante. En torno al año 1992, con la beca que ganaste en la exposición Ecoarte, fuiste por primera vez al Amazonas en Venezuela. ¿Cómo impactó tu acercamiento a la educación esta experiencia de aprender de y con comunidades yanomami, yekuana y piaroa? 

Laura Anderson Barbata: Me gusta cómo centras la pregunta, hablando de mi educación desde fuera de la escuela. Esta experiencia fue sumamente importante en mi formación como artista, desde el primer encuentro que tuve en el alto Orinoco. Estaba una familia yekuana, la familia Ortiz, enseñándole a los yanomami de la comunidad a hacer canoas —bongos— y todo el proceso me pareció muy poderoso, fascinante e importante. Un bongo en el que cabe casi toda la comunidad se realiza con dos herramientas muy sencillas y cada persona tiene un rol importante dentro de esta construcción, aunque no necesariamente tocando la madera directamente. Me llamó mucho la atención la manera de trabajar con los materiales que se tienen a la mano: si se necesitaba algo, se solucionaba en ese momento con lo que estaba disponible. Entonces les pregunto si me aceptan como aprendiz y ellos me responden: si nosotros te enseñamos cómo hacer una canoa, ¿tú qué nos puedes enseñar a cambio? Eso me marcó profundamente, cambió todo en mi vida, y a partir de ese momento entendí que el intercambio de conocimientos es una postura ante la vida sumamente generosa, donde todos y todas tenemos algo que podemos aprender y también podemos enseñar a cambio. Y esto se volvió una parte clave de mi vida y de mi práctica: entender la educación como un proceso de intercambio.

Conversaciones: LAURA ANDERSON BARBATA con MADELINE MURPHY TURNER

En esta época de los noventa, tu trabajo proponía una crítica de los mecanismos de violencia impuestos desde la idea de progreso de la modernidad colonial y sus formas neocoloniales de opresión. ¿Cuál era tu interés en repensar estas narrativas “oficiales” o las “verdades absolutas”? ¿Cómo te acercaste a un proceso de desaprender estas epistemologías?

Pues, habiendo nacido y crecido en México en los sesenta, setenta, la conversación entre nosotros los jóvenes era precisamente sobre quién es dueño de la historia y cuáles son las verdades absolutas. Estábamos cuestionando la narrativa oficial y eso es parte de una historia de México en general. En fin, que llego a Venezuela ya con este cuestionamiento histórico, pero estamos hablando de una fecha sumamente importante, en la que se está viendo el impacto de la invasión española en el continente. Yo había leído mucho acerca de ciertas comunidades indígenas de personas que no eran de la comunidad sino antropólogos, antropólogas, y sin embargo no encontrabas copia de ninguno de estos libros dentro de las comunidades. Ahora las comunidades sabían leer y escribir, y sin embargo, dentro de las escuelas de las misiones no les habían enseñado a que fueran autores de sus propias historias. Eran solo estas personas de fuera viniendo, conviviendo con la gente y escribiendo la historia de las comunidades desde su perspectiva, continuando esa historia extractiva de bienes, valores y riquezas culturales.

Entonces cuando me preguntan qué les puedo enseñar a cambio, yo propongo que la comunidad escriba su propia historia, en sus propias palabras, que de manera grupal decidan el tema que quieren narrar y que toda esa información quedaría en un libro impreso, de papel hecho a mano con fibras naturales de la zona, rediseñando tecnologías que ya utilizaban para solucionar sus problemas y necesidades.

Les gustó la idea y dijeron: nuestro primer libro va a ser Shabono, la historia de cómo se construyó el primer shabono en nuestra comunidad. Aprendieron a construir la primera casa de Omawë y Yoawë, dos dioses hermanos, y hoy en día siguen haciendo las casas de la misma manera, transmitiendo esta historia que ha sido narrada oralmente. Entonces los miembros de la comunidad que ya sabían leer y escribir se fueron con el chamán para que volviera a narrar la historia, y tomaron nota pensando en que iban a tener que resumirlo de tal manera que pudiera ser contenida. Eso fue un ejercicio sumamente importante para mí, de cómo integrar también al chamán y toda la historia oral dentro de estas nuevas formas posibles, determinadas por la comunidad, para contar su propia historia.

Creo que es importante mencionar que este libro Shabono, hoy en día, se puede encontrar en bibliotecas fuera de Venezuela incluso, así que es una historia que ha llegado a nuevos lectores y nuevos públicos que están aprendiendo de ella.

Sí, ese libro fue un momento importante para la comunidad porque el primer ejemplar recibió el premio del Mejor Libro del Año por el Centro Nacional del Libro de Venezuela. Y a partir de ese momento, sentimos que había que hacer algo más con esto. Entonces consulté —siempre me han asesorado expertos en papel y libros— y me recomendaron que hiciéramos una edición de 50, numerada y firmada por Sheroanawe Hakihiiwe. Y así, hoy se encuentran ejemplares en varias colecciones y bibliotecas importantes, en universidades y bibliotecas públicas.

En situaciones de aprendizaje por intercambio, ¿cómo tomas en cuenta las dinámicas históricas de poder que han creado un mundo lleno de desigualdad?

Es compleja tu pregunta y es importante desde nuestra actitud y nuestro acercamiento al conocimiento tradicional, entender qué llevamos, nuestra propia carga cultural. En mi opinión, una parte fundamental para crear, para no seguir replicando esas dinámicas de desigualdad, es crear plataformas de horizontalidad que promueven y reconocen el conocimiento. Y que estas plataformas sean también ejercicios grupales de intercambio para realizar en esa horizontalidad el autocuestionamiento; esto es absolutamente necesario hacerlo también en conversación con las personas con las que estás trabajando: conocer qué opinan, cómo vamos, cómo va la dinámica, cómo va nuestro trabajo, si están de acuerdo, si volvemos a redefinir las funciones, los objetivos, en qué nos estamos yendo mal.

Yanomami Owë Mamotima, proyecto de fabricación de papel y libros y la Escuela Intercultural Bilingüe Yanomami: "Shapono" (1999-2001).

Cortesía: Laura Anderson Barbata.

O sea, hay autenticidad y honestidad en nuestras voluntades, estos son ejercicios que se tienen que llevar a cabo continuamente, en mi opinión, porque no solo estamos en peligro de replicar la desigualdad que implica una jerarquía vertical, sino también crear dependencias, y una de las partes fundamentales de mi trabajo es no crear dependencias.

Por ejemplo, en cuanto a los materiales, trabajar con lo que se tiene a la mano; nuestra manera de dialogar con nuestro cuerpo y nuestro entorno dice mucho, no solo nuestras palabras sino cómo nos movemos en este mundo.

Respeto y dignidad, creo que es importante que esto lo aprendamos y lo ejerzamos en comunidad. No lo podemos aprender y ejercer en la soledad de un taller o en un aula de clases, sino que se ejerce en este mundo y también se relaciona con el conocimiento del cuerpo.

Entre 2010 y 2015 fuiste profesora en La Esmeralda, una de las escuelas de arte más conocidas de México. ¿Cómo tradujiste tu perspectiva artística que enfatiza el intercambio a un contexto de enseñanza institucional?

Para mí fue un honor haber sido invitada a dar clases en La Esmeralda. Querían que yo hablara precisamente de este tipo de trabajos que son proyectos comunitarios, arte social, como se le quiera llamar, y era un taller de producción. Yo ya había estado realizando talleres en otros lugares, por ejemplo en Yucatán, en la Escuela de Arte, donde experimentaba con esta noción de crear comunidad dentro de un espacio pedagógico como una forma de activar otras maneras de relacionarte a tu trabajo.

En esos mismos talleres, también era muy importante llevar a cabo la horizontalidad y la no dependencia, porque muchas veces queremos que en la escuela nos digan cuál es la fórmula, cómo se llega a esto. Entonces me invitan y, cuando estamos tratando de ver dónde se va a realizar el taller, qué tipo de espacio físico dentro de la institución me puede recibir, empiezo a ver resistencia por parte de otros profesores y profesoras, y entiendo que hay una situación sintomática, pues me voy topando con que estos colegas le veían demasiados problemas a que yo generara el taller antes o después de su clase. Y así me doy cuenta de que para que mi taller sea un éxito, para que opere bien, debe de estar fuera de la escuela, pero ser parte de ella; entonces creo un programa que se llama Rémora. Un sistema rémora es el pececito que se alimenta del tiburón y vive en relación simbiótica con él.

Así asumo el papel de rémora y encuentro una estructura provisional, un depósito hecho de hojalata, que estaba pegado a la escuela, y le pido al director, que en ese momento era Eloy Tarcisio, que me permitiera usar ese lugar como nuestro salón y le presento toda la filosofía y la idea de rémora. Él acepta y para mí se volvió sumamente claro que para poder realizar proyectos que tienen que ver con el espacio público en nuestras comunidades teníamos que estar fuera de esas estructuras, pero que también la institución necesita de nuestro taller porque dentro de este tipo de acciones y maneras de crear, también se alimenta el tiburón con estas nuevas perspectivas. El principio de Rémora es la colaboración, el compartir, la horizontalidad, la reciprocidad, el crear no dependencias, el cuestionar continuamente al artista a borrar autorías.

Esa experiencia de aprender fuera de la escuela, caminando, experimentando otras sensaciones, del conocimiento del cuerpo, es completamente distinta a estar sentado en una silla en un aula. Y ese cambio, que quizás al comienzo no parezca tan notable, puede cambiarlo todo.

Estoy totalmente de acuerdo. Siento que era importante romper esas estructuras, esas expectativas del cuerpo de los estudiantes en cuanto a cómo se movían en el espacio llamado escuela. Había un elemento automático y en ese canal siento que uno no percibe tanto porque ya lo esperas, vas en un canal de expectativas que te presentan cierta seguridad, pues han funcionado por cientos de años para ciertas cosas. Cuando tú modificas la manera como ocupas el espacio, como te mueves en el espacio, se abren distintas maneras de percibir no solo tu cuerpo, sino tus propios pensamientos y tu mundo.

Y esto se ve en tu práctica artística, como que por ejemplo estás muy acostumbrada a caminar por la misma ruta todos los días, y de repente un día te encuentras con una de tus intervenciones con los Brooklyn Jumbies que habla sobre problemas raciales, de género, de la economía, y de pronto te hallas considerando ese espacio que ocupas todos los días de otra manera completamente distinta.

Sí, se trata de que este espacio que ocupas y caminas diario de repente es interrumpido por una acción totalmente ajena a tu cotidianidad, a lo que esperas. Por eso, hablando de la academia, yo hablaba de romper esas estructuras, esas expectativas formales, empezando por el cuerpo, con cómo te mueves y ocupas el espacio.

Laura, tanto en Intervención Índigo, comenzada en 2015, como también en tu proyecto en curso, Intervención Cochinilla, te comprometes con una profunda investigación sobre la historia poco conocida de los vínculos entre la circulación y significación del color índigo o cochinilla y la violencia racial o de género. Como alguien que trabaja profundamente con textiles y colorantes, ¿podrías hablar sobre el papel del valor simbólico de la materialidad de estos proyectos?

 El valor simbólico y la materialidad son importantísimos dentro del trabajo de realizar investigaciones profundas. Al ir realizando esta investigación, uno está aprendiendo continuamente, centrando la investigación como parte de nuestra propia educación como artistas, que no termina jamás, y esta parte de investigación histórica, teórica, empieza a formar parte medular de los contenidos y las soluciones plásticas de la obra, de las intervenciones.

Si hablamos de Índigo, es de alguna manera reclamar, retomar el valor simbólico de este textil, este color, este tinte que es uno de los más activos, históricamente asociado con realeza, con conocimiento, con protección. Incluso algunas comunidades consideran los textiles teñidos con índigo también como protección y medicinales. Entonces ir entendiendo y reconociendo es ver cómo llevarle más atención a este significado. Resaltarlo, amplificarlo y, bueno, literalmente lo estoy amplificando porque estoy trabajando también con personajes como los Brooklyn Jumbies o los Zancudos de Zaachila, que son danzantes sobre zancos. Entonces se vuelve sumamente importante integrar ese simbolismo dentro de la obra.

En el caso de Cochinilla, al ir estudiando, por ejemplo, la historia de la extracción forzada de cochinilla, el impacto que tuvo la presencia de cochinilla en el mundo, en el mundo del arte, en Europa, no es casual, no es menor, ¡es enorme! Pero sobre todo, al ir estudiando la materia en sí, la cochinilla en todas sus fases —histórica, natural—, el proceso me va hablando también de los temas, me va ayudando a enfocarlos mejor. Yo empecé a trabajar el tema de la cochinilla hablando de la invisibilidad: la invisibilidad de personas en instituciones, en museos, toda la gente que no ves: los custodios, personal de limpieza, secretarias, curadoras, restauradoras... y el estar estudiando la cochinilla también me fue llevando a la invisibilidad de la mujer.

La cochinilla, en particular para extraer ese color sumamente rico, que puede ser desde un rojo sangre hasta un rosa pálido, pasando por los naranjas, los violetas, ese color nos lo da la hembra. El cochinillo no nos da color. Pero para extraer el color, la cochinilla debe morir, debe ser sacrificada y molida. Cuando estoy reflexionando acerca de estos procesos, de la extracción del color de la cochinilla y ya estoy hablando de la invisibilidad y de la mujer, me ofrece muchas maneras de acercarme al tema de la violencia de género. Así se van formando las capas de las piezas que se van a realizar.

Laura Anderson Barbata: "Intervención: Indigo, Bushwick" (2015). Presentado en 2015 en Brooklyn, Nueva York, en colaboración con los Brooklyn Jumbies, Chris Walker, y Jarana Beat.

Foto: Rene Cervantes. Cortesía: Laura Anderson Barbata / Marlborough Gallery.


Y como decís, es una manera de hablar sobre el momento actual a través de la historia, y también mostrar que siguen los mismos problemas de nuestro mundo, de nuestra cultura. Es peligroso olvidar esa historia porque vamos a seguir repitiendo esa violencia, y creo que este aspecto de tu trabajo de mostrar la presencia de la historia en el momento actual es fundamental, sobre todo en tu proyecto para la repatriación de Julia Pastrana. Dedicaste diez años a colaborar con diversas personas de varios países para repatriar el cuerpo de la cantante de ópera del siglo XIX, Julia Pastrana, de un depósito en la Universidad de Noruega a su lugar de nacimiento en Sinaloa, México, y lo lograste finalmente en el año 2013. Este es un caso interesante que nos muestra el lado oscuro de la educación, como el estudio científico que trata de analizar o estudiar a ciertos seres humanos distintos. ¿Cómo consideras el uso del lenguaje y el estudio científico en función de la educación?

Tu pregunta está llena de mil cosas y mil lugares por donde uno puede entrar. En el caso de Julia Pastrana, es importante mencionar los abusos que sufrió durante su vida. Julia Pastrana fue una mujer indígena que nació en Sinaloa de Leyva, en 1834, con una condición que se llama hipertricosis terminal y también una hiperplasia gingival; esto quiere decir que su cuerpo y cara estaban cubiertos de cabello y su quijada estaba muy desarrollada. Estas condiciones fueron utilizadas para justificar su explotación, no solo por su condición genética, sino también por ser mujer, indígena, mexicana. Por todos estos motivos, ella es coaptada en la época victoriana para justificar las preocupaciones de ese momento, que eran: ¿cuál es la línea que divide lo humano de lo no humano?

Estamos hablando del momento de la teoría de la evolución, de Darwin, que incluso conoció a Julia Pastrana, pero nunca se refirió a ella como un ser extraño, sino como una mujer normal, con una condición de tener mucho cabello en su cara y cuerpo, pero fuera de eso, nada extraordinario. Sin embargo, el lenguaje utilizado para comercializar a Julia Pastrana toma de la ciencia en su manera de analizar al ser humano, describiéndola como “la mujer oso”, “mujer simio”, “híbrido maravilloso”, “la mujer más fea del mundo”. Incluso convocaron a “científicos”, pagados por el manager de Julia Pastrana, para de alguna manera explicar a esta persona y justificar el hecho de que estaba en ese escenario, aunque ella era cantante de ópera y bailarina.

La presencia del vocabulario, el lenguaje científico en un espectáculo de este tipo viene para apaciguar la incomodidad victoriana del momento: soy o no soy. Estaban cuestionando lo que es civilizado o incivilizado, lo que es cultura y lo que es “salvaje”, lo que es femenino y masculino. La simple presencia de Julia Pastrana reta todas estas expectativas, su cuerpo se atreve a ocupar este espacio que desafía todas esas funciones, no se puede demarcar bajo esa óptica victoriana porque ella, su sola existencia, ya reta esas nociones para el público.

Laura Anderson Barbata: Calco de la lápida de la tumba de Julia Pastrana. Carboncillo sobre papel gampi.

Cortesía: Laura Anderson Barbata.

Hoy en día sigue funcionando el lenguaje científico como parte de un discurso que justifica la explotación de otras personas, pero bajo la óptica de que está educando, y así nos acercamos a ver cuerpos disecados en una exposición que está viajando por todos lados. El lenguaje de la ciencia te educa y, al educarte, te eleva y, al elevarte,te separa de eso otro, y con esto, desde esa comodidad, se sigue justificando la explotación.